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jueves, 15 de agosto de 2013

¡Adelante Comandante!



(Transcripción de una carta encontrada en el estudio del “Coronel” Aureliano Santillán)

A mí amado comandante:
No sé si usted llegue a leer esta carta, pero si puede leerla significaría que yo ya he pasado a mejor vida. Le escribo lo que escribo a continuación por que considero necesario que usted sepa que aquí estamos de pie, contra viento y marea, contra todo pronóstico, peleando gallardos, tal cual como usted nos enseñó a pelear y a sufrir en nombre de un ideal.
Son tiempos distintos y difíciles para ser un revolucionario, ya todos nos conocen como “Canallas” pero usted eso ya lo debía de saber por sus contactos allá donde esté. Lo que también debe saber si le dieron el privilegio de una radio o un televisor es lo que hizo el bueno de Víctor V, ese mismo que hace unos años comenzó un viaje para conocerlo de frente. Víctor fue nuestro capitán por más años de los que cualquiera haya estado en el cargo, un cargo difícil con una misión utópica, hacer que este ejército joven, con fe santa y provinciano se enfrentara con todo el valor a los capitalinos opresores, poderosos, sistemáticos, agresivos, ahí donde están los académicos baratos que no saben ni dos líneas de Borges, los independentistas que necesitan al gobierno como un fénix al rojo fuego, y también en la capital están los millonarios que con el poder de su dinero hacen lo que quieren, incluso traen a la fuerza refuerzos desde el extranjero. No hubo día más feliz para mí que cuando esos ufanos millonarios sufrieron su soberbia… pero pronto llegaré a eso.
Perdone mi descaro, hasta ahora noto en mi escrito que no me he presentado, usted debe pensar que soy un traidor o un imbécil, preferiría siempre lo segundo, primero muerto antes que traicionarlo a usted, mi comandante. Yo soy el Coronel Aureliano Santillán, hijo de mi Padre, Manuel “El León” Santillán, eterno libertador y creyente fiel de usted. Mi padre murió acribillado en un callejón a manos de unos malditos policías. Mi madre me engendró en un mar de lágrimas junto al mar, a los diez años ella misma se ahogó en un mar salado de tantas lágrimas que ha llorado el pueblo por la partida de sus seres queridos. Papá Gabriel me adoptó y cada noche antes de dormir me contaba historias sobre mi padre, me decía lo que dijo el León. También él me hizo coronel, como aquel que esperaba frente al pelotón de fusilamiento. Ahora usted sabe quien soy, soy un libertario, un guerrero que escogió la bandera auriazul para defender sus ideales, los ideales que usted nos marcó, la libertad, el enfrentamiento al sistema, la comunidad por encima del individuo.
Pero ahora vamos a lo importante, a los avances hechos por la legión desde que usted emprendió aquel camino que todos debemos de caminar, todos los que nos enorgullecemos de ser coroneles, capitanes o comandantes. Durante la capitanía del bueno de Víctor ocurrieron cosas únicas, nuestra primera victoria histórica se dio bajo su mando.
Lo primero que hizo fue contratar al Feo, no crea que es una burla de mi parte, en serio era feo el pobre, era feo como robarse la matera de un inválido, pero vaya que tenía poder de convencimiento y conocía tácticas y técnicas que nos dejaron boquiabiertos, era lo que necesitábamos un hombre con ideas y estrategias nuevas. Llegó el momento esperado, la hora esperada, con el Feo a la cabeza nos alzamos en armas contra el ejército rojinegro, contra esos imbéciles que no reconocerían la revolución aunque esté frente a ellos, frente a esos zoquetes que le daban a nuestra ciudad mala fama por su enfermedad, más mental que corporal, esos rojinegros traían la lepra en el cerebro, sólo así se revelarían ante usted, mi comandante.
La batalla fue cruenta y cobró muchas vidas, entre ellas la de Casale, aquel viejo que siempre nos sirvió de talismán para ganar. Murió en paz, viéndonos triunfadores por primera vez desde que nos unimos a la revolución. El Viejo murió de un infarto, pero murió gritando ¡Viva la resistencia!. Murió viendo como el Almirante Poy armaba un ataque cuerpo a cuerpo contra el Teniente Fenoy, un ataque que fue decidido por una zambullida, una paloma lanzada al aire que terminó por doblegar a Fenoy y a los suyos. Ese fue un 19 de diciembre, fue Monumental y desde entonces hasta ahora todos los revolucionarios celebramos ese hecho gritando la victoria de Poy sobre Fenoy, cada año, cabalmente nos juntamos, nunca he faltado. Después de la inspiración de Poy, arrasar con los mártires en la batalla de Santa Fe fue pan comido.
Después de esa fecha mágica vinieron más batallas ganadas, aunque también hubo derrotas, y muchas. Víctor V seguía siendo el capitán, pero cambiamos de cabeza, el Feo se fue, el Maestro llegó y con eso vino la victoria mítica del 73, cuando el 29 de diciembre volvimos a conquistar la capital en la cara de todos los bonaerenses gallardos y en casita de los millonarios, la tomamos y ahí nos volvimos a consagrar, mientras esos gallinas lloraban amargamente. Ese día lo he leído tantas veces que para mí es como estar ahí.
Pero no todo ha sido alegría, créame que hemos sufrido también y de lo lindo, no sólo nuestro ejército particular, el ejército de la nación ha sido bastante golpeado, lo peor es que hubo proletarios que se dejaron vender por la oligarquía y la explotación. Una guerra de medios manipuló la verdad para que creyéramos que el ejército de Videla era el ejército del pueblo, pero no era así, él sólo contrato un ejército para hacernos creer que éramos victoriosos, pero esa no son las victorias a las que debemos perseguir siempre, eran victorias vacías, eran victorias tristes y grises, eran victorias sin victoria. El mejor comandante del mundo (después de usted) no quiso venir a esta tierra ciega que no notaba que había una guerra diferente que no se veía al aire. Videla mataba gente, pero siempre les hacía ver que se iba ganando, y algunos le creyeron, pero nosotros no, las madres del 5 de mayo tampoco, los verdaderos canallas sabíamos que nada bueno venía de la dictadura militar de Videla que nos engañaba… Poco después perdimos las Malvinas mientras creíamos que ganábamos.
Me quedan pocas energías para seguir con esta carta, sé que alguien me anda buscando, he escuchado que suenan las balas, y resisto como Victor Jara. Lejos quedó la éspoca del Matador, ya sabe el que con sus palabras mataba, el que le pedía a la Santa María de los Buenos Aires que todo estuviera mejor, el que luegi se convirtió en una leyenda Valenciana. Llegó el imperio de piratas, de los stereos, de los Millonarios. Incluso fuimos humillados en 2010, cuando luego de perder muchas batallas insignificantes, nos desestimaron, nuestros fusiles y nuestros recursos escasearon tanto que ya no podíamos pelear contra los ejércitos de primera clase y teníamos que hacerlo contra los de segunda, y así seguimos por tres años. Pero la alegría es que los millonarios también fueron humillados y pudimos luchar contra ellos.
Los caminos de la vida con son como lo pensábamos, pero a menos aún nos queda la clara, su entrañable transparencia, su bendita presencia ¡Comandante! Este año fue el despertar de nuestro ejército. Cambiamos de capitán y tuvimos al frente a un Ruso de doble seseo  Recuerdo sólo este año gigantescas batallas contra las tropas del Almirante Brown. Las victorias sobre el Pergamino que sacamos contra las huestes de Douglas Haig. Estuvimos en la boca del lobo platense y del lobo de Jujy. Incluso vimos la Lunita de Tucumán, que dolía menos cada día más. Sí el mismo Tucumán de la demencia regalo del Papá de aquel Joven que leía a Bukowski. A pesar de todas las batallas en las que conseguimos recursos suficientes para regresar a las batallas de primera, a pesar de todo, no fuimos tan alegres. Nustro Rosario se llenó de Leprosos, Gustavo siguió en coma y otro comandante murió. El Comandante Chávez se fue a reunirse con usted, mi comandante, pero aún nos queda su bendita presencia y el grito de guerra que permanece.
¡Rosario ha vuelto a primera! ¡Rosario es campeón de la B! ¡Estamos de regreso, Comandante “Ché” Guevara!

(En la casa del “Coronel” Aureliano Santillán, ubicada atrás de metro Rosario, se encontraron, entre otras cosas; kilos de antidepresivo, una edición a medias de Cien años de soledad, discos de los Fabulosos Cadillacs, de los Auténticos decadentes, de Tan Biónica, de Oscar Chávez, libros de cuentos de Fontanarrosa, revistas del partido comunista argentino, repeticiones de partidos de Rosario, pósters del ché Guevara, de Vicentico y de Rosario. Por último, una nota que rezaba “Soy hijo del león Santillán y de la revolución, es hora de unirme con mis padres. El reporte forense indicó suicidio).

lunes, 22 de abril de 2013

El Rey Luis



El nombre Luis es de origen germano y es una derivación de Ludovico, significa glorioso guerrero, una cualidad necesaria cuando quieres jugar, más que en otras posiciones, como apoyador central en cualquier equipo de la NFL.
Se necesita tener un espíritu guerrero para trabajar todos los días en la parte central del campo, para tener la mente siempre despierta para buscar una debilidad en el buque enemigo, que a veces parece impenetrable. Ser un capitán siempre representa una responsabilidad extra, pero además serlo cuando no sabes lo que planean los rivales y que tu equipo completo dependa de lo que opines que es correcto, esa es una loza pesada, la cual Ray Lewis viene cargado como nadie desde hace dieciséis años.
Ray creció, se enamoró, maduró, lastimó, aprendió y divirtió en Florida. Aprendió a jugar americano por vocación, se dedicó a las luchas para ganar fuerza, resistencia, inteligencia y habilidad, esto explica que pueda leer tan bien a los rivales, durante años de su vida eso le enseñaron a vencerlos con sus propias técnicas. Aún así era muy pequeño para ser tomado en cuenta… hasta que llegaron ellos, un equipo con nombre inspirado en una obra de Edgar Allan Poe, un equipo despojo de los cafés, un equipo recién fundado. Los Cuervos de Baltimore primero consiguieron un liniero para proteger la ofensiva, pero después se aseguraron de tener a su mariscal de campo elite, uno defensivo que leyera a los contrincantes con maestría, señalando el rumbo que llevaría la franquicia; defensa como estandarte. Primero ahorcamos al enemigo negro, luego los hacemos descender por el M&T Bank y al final emparedar al rival sobre una barrica de tacleadas y violencia insensata.
Ray Lewis se convirtió rápidamente en el estandarte de ese equipo violento, e inquebrantable, demostrando que no se necesita tener la mejor ofensiva ni ser el equipo con más puntos para ser el mejor. A los Cuervos les costó cinco temporadas llegar a la postemporada, pero en cuanto lo hicieron, se acostumbraron a vivir ahí.
En el año 2000 Edgar Allan Poe pudo haber ido a Baltimore y seguramente habría jugado a la ofensiva, su Mariscal de Campo era tan bueno como cualquier Sánchez e incluso peor que algunos García. Sus juego terrestre dependía de un novato, muy bueno, pero novato al final. Los receptores eran el mago Stokley y la boca sucia y manos finas de Shannon Sharpe, además de otros que cobraban por correr los domingos. La virtud de ese equipo fue la defensa capaz de hacer un nuevo record de puntos en contra, sólo les anotaron en promedio 10 puntos por partido, se las arreglaron para vivir cinco partidos sin una anotación ofensiva y salir airosos de dos de ellos. Lo mejor de ese año fue la magnífica postemporada que se aventó la defensa, en una de las actuaciones defensivas más sobresalientes jamás vistas, algo digno de estudio por parte de Legrand.
Su defensa permitió 23 puntos en los cuatro juegos (¡5 puntos por juego, en los playoffs!). Domaron a los Broncos que no metieron ni las pezuñas. Derrumbaron a unos Titanes gracias a un gol de campo bloqueado y a que su Rey salió inspirado esa noche de Enero. Le hicieron maldades al QB de los malosos y con el galope veloz de un ex Bronco de boca sucia llegaron hasta el súper tazón. Ya encarrerados, aplastar a los gigantes en Tampa era pan comido, la defensa humilló a unos gigantes que quedaron pequeños al ver como un cuervo les gritaba Nunca más, Nunca más.
Y después llegó la noche plutoniana para el equipo de Baltimore, dejaron ir a su Mariscal campeón, pero igual fueron dominantes, lo suficiente para vivir por años sin Mariscal, receptores o técnico, sin grandes nombres le dieron batalla a los constantes repiques provenientes de Papá en Pittsburgh. Se mantuvieran en pelea contra fieros, finos, fríos, despiadados y pletóricos Patriotas. No se dejaron maltratar por la maquinaria ofensiva que desde Indianápolis cada año se tragaba a todo rival. Mientras felinos, equinos y demás mamíferos y fuerzas de la naturaleza tenían temporadas sorprendentes con las que llegaban a la postemporada, año tras año los cuervos sobrevolaban los cielos de la americana, el Rey Luis se mantenía como el mejor defensivo sin ninguna discusión. Pero parecía que siempre algo le gritaba Nunca más. Eran dominantes, llegaban siempre a la fiesta grande, pero alguien los mandaba a casa muy temprano. Tal vez la ofensiva si fuera necesaria en este deporte.
Papá Acerero los regresó a casa apenas en su defensa del campeonato. Luego los Titanes se vengaron y les enseñaron que perder en casa duele. La pierna de Vinatieri les quitó la oportunidad de enseñarles a los Potros que Baltimore estaba bien sin ellos. Llegó la época de Flaqueza y los cuervos, ¿Cómo no? Se convirtieron en el equipo que ganaba mucho pero siempre tenía que estar de visita en la fiesta de a de veras, se hicieron dominantes fuera de casa, pero siempre estaba papá Acerero para darles sus nalgadas entre los tres ríos, o sí no ahí estaba el padrastro Peyton para que no se salieran los cuervitos del huacal, a últimas le encargaban al tío Patriota que les diera sus guamazos a los emplumados. Hasta que un día el cuervo negro y maltratado, golpeado y herido, la urraca fea de la que todos se reían regresó con su último aliento para elevarse como el más mortal de los cuervos, siempre de la mano de su propio Rey.
El Rey se sabía cansado y estaba a punto de rendirse, pensó en largarse, pero algo se lo impedía, tal vez el orgullo, tal vez la necesidad de otro anillo que lo engrandeciera, incluso pudo ser el hombre de la silla de ruedas que lo motivó. El caso es que, a lo Beckenbauer, con el brazo medio roto, se aventó a los golpes más duros contra los más duros. El rey mandó un ultimátum a sus súbditos; “O ganamos esta, o ya no ganamos conmigo”, lo dijo entre lágrimas, entre conmoción, entre fuego y sangre, y así fue como los cuervos levantaron el vuelo por la Rue Morgue, en busca no de un asesino, si no de quienes les debían tantas. Y el destino quiso que su venganza fuera perfecta.
Primero le robaron a Papá Acerero el derecho de representar a las tribus del norte en la fiesta de todas las tribus. Luego recibieron al ex equipo de Baltimore, y les enseñaron que nadie los extraña ya. El tercer paso fue el más extravagante e imposible, en un partido increíble e insospechado, con todo en contra, algo en el aire de Denver (y en la cabeza de ese esquinero) quiso que la Revancha de Poe se llevara a cabo, esa vez el héroe no fue el Rey, ni el Flaco, ni si quiera el Gran Hermano, esa noche el héroe fue un caballo tonto que brincó antes y un poco la suerte de que su padrastro Peyton fallara de nuevo. Ya con ese milagro concebido, ganarles a los Terribles tíos Patriotas era cosa de enseñarles el estilo cuervo, sin piedad, sin condescendencia, agresividad en el más puro estado. En esa ocasión la dureza le ganó al talento, el físico le ganó a la mente, la espada rebanó a la pluma y el miedo le ganó a la virtud, Poe hizo lo que quiso con Beecher Stowe y el Cuervo se apoderó de la cabaña del tío Tom.
Ya en la última nota de la venganza no estuvieron esos putos de Pittsburgh, pero sí estuvieron los gambusinos increíbles, el chico maravilla destinado por todo Dios a ser grandes, estaba el Hermano Pequeño. Todo quedaba en familia, La Casa Harbough no sería como la Usher, pero igual alguien caería. Y en ese caso los Cuervos tuvieron suerte, el frío estuvo a nada de sentir como el calor le quitaba la alegría a las lágrimas que sí o sí lloraría al final del juego Ray Lewis. El hombre a quienes los cuervos le dedicaron sus últimos juegos, el chico de oro, el cuervo principal, el único, el magnífico, el guerrero glorioso vistió de gloria otra vez a sus amados emplumados.
Brilló más que el estadio, brilló hasta sin jugar excepcionalmente, brilló como brillan las personas que son capaces de construir una franquicia sobre su espalda, brilló tanto que hizo que sus compañeros brillaran a su lado por dieciséis años, brilló tanto que le regresó la luz a un estadio que quería ver su última proeza, brilló más que los dos lombardas que tienen los cuervos en sus vitrinas, brilló como brillan los reyes, el Rey Luis, El Rey Sol.
Por que cuando alguien piensa en  Cuervos, primero piensa en Poe, luego en Hitchcock y después en Ray Lewis.
Cuando uno piensa en Americano en Baltimore piensa en Unitas, en Berry, en O´Brian y en Ray Lewis.
Pero si uno quiere pensar en el defensivo con más corazón y garra de este siglo que comienza, piensa en Ray Lewis, sólo eso, y nada más.
Como Ray Nadie, ¡Nunca más, Nunca más!

lunes, 3 de diciembre de 2012

Las Hambres del Juego.



-Preparados, cabrones, el jefe nos va a dar todo lo que queramos si sale bien – dice “El Capi” mientras yo veo hacia afuera por la ventana del auto rojo de mi camarada, la ciudad de los palacios se alza ante mí como una metrópoli inmensa en la que todas las personas viven en un mundo paralelo, caminan sin ver a nadie, apurados, ensimismados en sus propias ideas y lo que ellos consideran el conocimiento, deleznable. Nadie sospecha de un inocente automóvil de cuatro puertas, atorado en el tráfico a veces, corriendo a más de ochenta cuando da la avenida, sólo somos un punto rojo moviéndose en un mapa lleno de colores, somos una hormiga pequeña en un jardín.
Pasamos frente a la cancha de futbol Valentín Gómez Farías, un llano lleno de polvo, con gradas con capacidad para doscientos espectadores, pedazos de pasto incrustados más por la fuerza que por que ahí quisiera algo verde existir, dos porterías sin red, y un par de balones ponchados, para recordar que las ilusiones se ponchan, y se ponchan muy fácil. Yo así comencé mi historia, la serie de circunstancias que me pusieron este día, en este carro, con estas cuatro personas.

En mi casa éramos tan pobres que no podíamos ni dar las gracias, yo y mis tres hermanos tuvimos que trabajar desde los diez años para solventar los gastos que le causábamos a nuestros padres. Yo vendí chicles en un crucero transitado, también limpié vidrios y hasta la hice de payaso, con todo y mis nalgotas. Acabé la primaria y me metí a la fábrica de loza de mi madre, ahí cargaba cosas, llevaba mensajes y conocí a mi amigo el balón, un regalo del tío Lalo que no pude usar por que no había con quien, las calles eran muy inseguras y corría la leyenda de un hombre con costal que se llevaba a los niños malos en bolsas para nunca regresarlos. Pero en la fábrica me permitieron jugar, jugaba con niños y adultos más grandes que yo, pero yo aguantaba los madrazos como todo un hombrecito. Cada vez que alguien me pateaba, yo me levantaba de inmediato y seguía corriendo, aprendieron que patearme no servía de nada, por que nunca mostraba dolor, sólo un dejo de rencor que me obligaba a humillar a mi agresor. Me gané su respeto y admiración, tanto así que, al cabo de dos años, el jefe de la fábrica, El Señor Villalpando, me recomendó con sus amigos para que hiciera pruebas en un equipo profesional.
La cancha en la que me probé con otros tantos muchachos era igual a la Valentín Gómez Farías, ahí corrí, volé, finté y disparé como pocos, siempre recargado de lado derecho para hacer diagonales y meter asistencias, o disparar a puerta con un zurdazo tremendo, un extremo hecho y derecho. Los entrenadores decidieron darme una oportunidad en la filial del Atlético Lobos Negros, uno de los equipos más grandes de mi ciudad, militante de la segunda división. Ahí me encontré con viejos ídolos del futbol El Matón Pérez, La Rata Castro, El Pelón García y hasta Germán Matusalén Aguirre. Yo, un escuincle de apenas catorce años codeándome con ellos, viéndolos llegar en carros último modelo, con cada forro de mujer que me hacía envidiarlos. Era la vida que yo quería, y que estaba dispuesto a tener.

-Llegamos justo a tiempo para cazar al bastardo, después de esto el jefe me va a creer que soy chingón – dice “El Mezcal”, nuestro copiloto, mientras abrimos las puertas del carro rojo, cinco hombres con ropas oscuras, zapatos cómodos para poder correr si era necesario y una fusca cada uno, nunca se sabe cuando se armarán los plomazos en estos barrios bajos.

Mezcal y yo nos conocimos en Atlético Lobos Negros, él es tres años mayor que yo y llevó ese apodo por su fascinación por la bebida. Lo conocí antes de que debutara en el primer equipo, era como yo, un chico de arrabal, que había tenido que trabajar desde pequeño, que no tenía muchos lujos, pero quería construirle a su mamá una casa nueva, tampoco había acabado la secundaria, pero no la necesitaba, era muy listo y muy capaz. Un defensa central efectivo, alto, con visión de campo, fuerte y un poco sanguinario, que siempre se entregaba en la cancha, aún cuando llegaba crudo a algunos partidos. Nos hicimos amigos por que éramos de por la misma colonia, y luego practicábamos juntos, yo lo trataba de driblar y él me tenía que quitar la bola, era un juego muy bonito y con muchas risas, se convirtió rápido en el hermano mayor que no tuve.
Cuando cumplí dieciséis, me mandaron a debutar en la cancha contra los Zopilotes, lo hice bien, hice una asistencia en mi primer partido y robé algunos balones, recibí faltas fuertes pero aguante. Mi entrenador me felicitó y todo el equipo estuvo feliz conmigo. Llegué a mi casa para presumirles a mis hermanos y padres la noticia, y cual fue mi sorpresa al encontrar sólo a mi madre llorando desconsolada, golpeando la mesa con furia. Esa tarde mi papá se largó de la casa y se llevó a mis tres hermanos, dejando sola a mi madre, ella me dijo cosas sobre odio y apatía que no pude comprender en ese momento, y que aún ahora me cuesta trabajo entender.
Seguí jugando, y me hice una de las estrellas del equipo, con eso pagaba las deudas y otras cosas para mi madre, ella y yo nos unimos más y desde entonces siempre fue a mis partidos, y todos los goles se los dedicaba a ella.
Un día el dueño del equipo Don Ángel me habló para decirme que me buscaban unos hombres de la primera división, me dijo que lo pensara bien y me consiguió un representante, me habló de las mafias y de siempre rechazar la primera propuesta, pues ellos podían ofrecer siempre más, me dijo que se ahogaban en dinero y decidí hacerle caso. Me entrevisté con un representante del Club Europa, me ofrecieron varios miles de pesos, cuando vi el cheque casi se me salen los ojos, nunca toda mi familia junta había ganado ese dinero, pero rechacé la oferta, ellos se vieron en la necesidad de hablar con mi nuevo representante, quien dijo que podían ofrecer más, el hombre del Club Europa puso mala cara y cambió un dos por un seis al inicio de la cifra, y creo que todos quedaron contentos.
Me hicieron una fiesta de despedida con Mezcal, mezcal, tequila y otras sustancias blancas que sólo recuerdo me hicieron perderme por mucho rato. Mis amigos me cuidaron esa noche y me recomendaron acostumbrarme pues el mundo de primera estaría lleno de todas esas blancas glorias.

-Con esto sí tengo para que todo el mes la Rosa viva bien – dice “Rafita” mientras El Capi patea la puerta de una casa azul, grita buscando a unos tales Pericos, pero no escucha respuesta, repite la pregunta y nada, aunque un ruido en la cocina lo hace voltear, todos nos dirigimos hacía allá y se nos recibe con balazos, no alcanzan a darme,  pero noto que alguien grita de dolor, no lo reconozco entre la oscuridad, escucho como atronadores balazos rugen de mi lado de la línea de fuego, prendo la luz de la cocina y por fin veo claro qué pasa.

En el Club Europa me volví a juntar con grandes figuras del futbol, yo un miserable niño de barrio jugando en uno de los estadios más emblemáticos del mundo, piso el césped que alguna vez D10S utilizó para escribir el poema futbolístico más bello jamás escrito. Tiro hacia la misma portería que Un Rey inmortalizó con un cabezazo. Mis pies recorren la cancha donde se jugó el mejor partido de todos los tiempos y los espíritus de aquella volea desde fuera del área que nos dio como país nuestro máximo avance en mundiales me recorren y susurran en mi oído.
Hubo fiestas, y muchos goles, nos metimos en la liguilla en cuatro de seis torneos, en ninguno campeonamos, pero sí perdimos una final dolorosísima contra el rival odiado, Las Vacas de Occidente. Yo siempre lo dí todo, pero algunas veces la frustración me ganaba, fui regañado y separado del club varias veces por no estar de acuerdo con el técnico, pero a veces sí se pasaba de pendejo con sus formaciones, con su obstinación en defender el golecito. ¡Carajo! Que es futbol y yo soy delantero, me gusta driblar, para patear están los defensas, yo quiero correr y anotar, quiero despedazarlos mientras aún tengamos el cuchillo por el mango.
Aún así, la afición siempre me quiso, me pedían autógrafos, me dejaban puras chuladas en mis redes sociales, coreaban mi apodo, yo sabía que me adoraban, y por eso me mantuve ahí a pesar de ofertas de otros clubes norteños, yo era fiel a Club Europa. Además, me dieron mucho, le construí su casa a mi mamá, le puse su negocio de quesadillas, y le compré su carro, yo también me conseguí uno, una novia muy hermosa, artista de la televisión, de cuerpo divino y cara aceptable, tirársela era tirarse a las diosas.
Un día invité a mi mamá a pasear por la capital, comimos en uno de esos restaurantes caros, de los que te cobran hasta los cubiertos, fuimos a un cine con asientos de piel y cenamos tacos de suadero, de trompa y al pastor, una recomendación de mi madre para nunca perder la humildad, recordar que lo más sabroso no es necesariamente lo más caro. Llegamos a la casa y ahí estaba mi padre, junto a uno de mis hermanos, me habían visto en la tele y querían disculparse por haber escapado así como así, dijo que no lo volvería a hacer y yo no pude creerle, el olor a alcohol que invadía su cuerpo me hacía dudar, no quería ni abrazarlo, le pedí que se fuera, y el me respondió que yo era un mal hijo y ojalá nunca se hubiera cogido a mi madre y nunca hubiera nacido, mi madre respondió, se quisieron pegar y mi hermano y yo los separamos, yo le dije que no era mi padre, pero que mis hermanos, cuando quisieran, fueran a verme. El mayor después de mí hizo caso y se fue a vivir conmigo a los pocos días, él y su novia, que estaba embarazada de seis meses. Yo tenía veintidós años y un futuro resuelto, era la promesa joven del futbol y algunos hombres en los clubes más grandes del mundo hablaban con el dueño del Club Europa para hacerse de mis servicios.
Todo el mundo me sonreía, la selección menor quería mis servicios, ganaba dinero por hacer lo mejor del mundo, tenía bien a mi madre, a mi novia y a mi hermano, era realidad el sueño de un niño que alguna vez agarró un balón.

-¡Le diste a mi hermano, hijo de la chingada, ahora sí ya te cargó la verga! – grita “El Pato” mientras dispara, Rafita está en el suelo, lleno de sangre, su posición es extraña, muy atípica, señal de que acaba de morir. El Capi se retuerce de dolor y se toma la pierna, yo corro detrás de Pato para que no le pase nada, veo un cuerpo desconocido tirado en el suelo, ensangrentado, corro y trato de eliminar todas las imágenes feas de mi cabeza, por fin encuentro a Pato, está en el cuarto de baño, apuntando con su pistola a la cabeza de algún pobre bastardo, el bastardo llora, su nariz hinchada me indica que es el Perico, sigue llorando, implora de rodillas, me voltea a ver y me pide que le ayude, que siempre fue mi fan, yo veo el dolor en sus ojos.
Dolor como el que yo sentí a mis veintitrés años, cuando con una barrida brava de Mezcal me rompió los meniscos de la rodilla izquierda, su expresión se parece a la que yo tuve ese día, el día en que lloré, y vi todo mi mundo irse al carajo. Lloré, me tiré al suelo, y el árbitro sólo marcó falta. Mi rodilla se dobló completamente para atrás y no hubo amarilla para mi agresor. Mi carrera como futbolista se había truncado de repente, y nadie bajó a ayudarme, ni mi padre, ni el técnico, ni los visores de otro continente ni el dueño del Club Europa, ni Mezcal. Él sólo me dijo que había sido legal, que había llegado primero al balón y luego me chocó por accidente, yo traté de creerle, pero algo dentro de mí, sobre todo dentro de él me hizo creer lo contrario.
¿Por qué debería ayudarle yo al Perico? ¿Por qué yo sí debía ser diferente cuando el mundo del futbol al que le dí tanto no me dio nada? A mí, me mandaron con un doctor inepto que me lesionó más en vez de curarme, me dejaron de pagar, me despidieron del club pasándose por los huevos los acuerdos que firmamos antes, me dejaron a mi suerte, se deslindaron, buscaron otra estrella, otro gran extremo, contrataron a Mezcal, hasta que este se retiró por problemas de alcoholismo.
¿Por qué yo sí debo aceptar su llanto y darle una segunda oportunidad a alguien, si yo mismo no la tuve? ¿Por qué él merecía una oportunidad más que yo? Yo tuve que renunciar a mi novia hermosa que me dejó por otra estrellita de televisión, a mi carro, a mi casa, al cariño de mi hermano. Regresé a la vida normal, trabajando en el puesto de quesadillas de mi madre, viendo en la tele partidos del Club Europa y dando unos cuantos autógrafos. Yo vi a mi madre enfermar de cáncer en los riñones, yo la vi caer y yo fui quien le prometió que le pagaría las radioterapias y las quimios, no él.
-¿Por qué yo tendría piedad de ti? ¿Por qué tus lágrimas valen más que las mías que lo tuve todo y se me fue al carajo? Yo no responderé a tus lágrimas, como nadie respondió a las mías – entra Mezcal en la habitación, nos dice que el Capi estaba malherido y que había escuchado sirenas cerca de ahí –. Estás solo como yo lo estuve, tú no me apoyaste, ni tú – ahora dirijo mi pistola a la cabeza de Mezcal, el hijo de puta que se llevó mi vida cuando éramos amigos. Pato trata de calmarme, mientras el Perico sigue llorando.

Yo conocí a Pato un día en el puesto de quesadillas de mi madre, era amigo de mi hermano, un licenciado en Letras por la Universidad Nacional, no había encontrado de qué trabajar, a pesar de ser más listo que cualquier ser humano que yo conociera, me ofreció unos cuantos trabajos, todos eran de entregar y recoger dinero y mercancía en barrios bajos, él y su hermano Rafita siempre fueron los líderes de nuestro grupo. Era tan listo que decía que un hombre no necesita conocer el hambre para saber que duele, pero que conocer ese dolor te hacía nunca querer volver a sentirlo, y hacer cualquier cosa para alejarlo. Por eso trabajábamos todos, no por que nos faltara alimento, gracias a Dios siempre lo tuvimos, era el miedo a sentirse sin nada, a sentirse mediocre y falto de lujos, de reconocimiento, de recursos, sentirse hambriento.
Un día nos ofreció un trabajo más extremo: llevarle al jefe al mismísimo Perico. Yo jalé a Mezcal y fuimos, yo no sabía que se pondría tan violento el asunto, yo no esperaba que nos emboscaran, o que la policía llegaría, yo no esperaba que mis recuerdos me traicionaran y me hicieran odiar a Mezcal, yo no esperaba disparar en su cabeza, ni esperaba que Rafita muriera, yo no esperaba la reacción de Pato, quien se echó a correr, dejándome a mí con un Perico lloroso, un Capi herido y un arma homicida en la mano, apuntando al infinito, igual que mi mirada. Yo no esperaba que el futbol me diera tanto, y que me quitara aún más, yo no esperaba que mi madre enfermara gravemente, yo no esperaba estar ahí.

-¿Es usted Adrián “La Maravilla” Parra que jugó en el Club Europa? – me pregunta un policía mientras entro a su patrulla. El operativo fue un éxito, lograron detener aún con vida a tres peligrosos narcotraficantes, además de matar a otros cinco, sin daños a las fuerzas policiales, diría al día siguiente el diario, seguramente.
-Sí.
-¿Me da su autógrafo? – accedo, le autografío la playera a un policía, sonrío, pensando que arriba, alguien se burla demasiado de mí y de mi hambre de éxito y que futbol dejaba algo bueno al final.
Pienso en mi madre y donde quiera que esté, espero que me perdone, tuve hambre, varias hambres, hambres que el juego me causó y no llenó.

martes, 9 de octubre de 2012

Jaques vs Jeques



Juan nació en Alicante, Abdullah nació en Doha. Juan siempre soñó con ser un futbolista profesional, Abdullah prefería jugar al banquero. Juan tuvo que trabajar desde niño para comer, Abdullah siempre tuvo a su disposición los manjares más ricos del Medio Oriente. Abdullah nació en una casa real, Juan lo hizo en una casa realmente pobre. Abdullah siempre ha tenido mucho cabello, Juan se queda más calvo cada día. Juan adora el ajedrez, Abdullah tiene fascinación por el dinero.
Dos entes dispares, unidos por alguna razón extraterrenal para darnos durante 37 jornadas la mejor competencia de la Liga 2011/2012. El último puesto de Champions.

Abdullah ben Nasser Al Thani fue concebido como parte de la realeza Qatarí, heredero de grandísimas fortunas y un poderoso apellido. Conocía el desierto y la arena, pero no tenía idea de lo que era pasar una noche a la intemperie. Tenía camellos a montones, pero nunca necesitó de uno para subsistir, sólo eran sus mascotas de lujo con las que a veces paseaba entre los plebeyos que hacían reverencia ante un Al Thani. Era un chico listo, despierto y apasionado, una buena combinación cuando además eres de la realeza.
Su amor por el futbol era algo difícil de explicar en un país tan ajeno a este deporte, pero él siempre veía los partidos de su amado Al Rayyan. Consciente de que la realeza y los deportes vulgares no se mezclaban, nunca intentó jugar al fútbol, a cambio, iba al palco privado del equipo cada dos semanas a apoyar, siempre enfundado en su camisa negra y roja. Tuvo que soportar por años ver al Al-Sadd levantar la copa una y otra vez, por lo mismo, disfrutó enormemente de cada una de las copas de sus amados leones.
Creció, aprendió, estudió como generar aún más dinero y se hizo de sus propios millones, su primer capricho fue un potro blanco, salvaje, hermoso, veloz como pocos, acostumbraba montarlo cinco veces a la semana. A éste caballo, llamado Luna por el gran brillo blanco que emitía en la oscuridad del desierto, le siguieron otros diez, y luego más de cincuenta, algunos los dejaba libres, otros los mantenía cerca, otros los regalaba a sus familiares, pero jamás abandonó a Luna, y el día que éste por la edad tuvo que decir adiós, lo enterró en la arena, y le mandó a hacer una estatua, la cual aún se conserva en el patio de una de sus decenas de casas por el mundo.
Adorador del futbol se hizo miembro honorario de sus amados leones, además de coleccionar carros caros y caballos, coleccionaba aficiones deportivas, un hombre plagado de éxito desde su nacimiento. Cuando se es jeque, es fácil tener éxito.

Juan Ignacio Martínez no tuvo tanta suerte a la hora de nacer, no le tocó ser parte de la familia real, ni hijo de grandes empresarios, en su familia no había futbolistas o artistas de abolengo, y por si fuera poco, era un Juan Martínez, nombre con el cual es difícil sobresalir. Tuvo que ir desde pequeño a la playa a venderles a los turistas algunas ediciones pasadas del diario de la Comunidad Valenciana, pulseras azulgranas y cerillas para las famosas Hogueras.
A sus quince años se dio cuenta de que no quería pasar toda su vida vendiendo cosas en la tienda de su padre, y en la escuela nunca destacó, así que optó por explotar lo que él consideraba su talento natural: el futbol. Soñaba con ser el Lateral izquierdo del Valencia y arrebatarle títulos al Madrid, al Barcelona y al Athletic. Todo esto nunca sucedió, pues sus habilidades en la cancha nunca fueron demasiado destacadas, los técnicos no apreciaban su visión de campo, su talento natural para robar el balón y su eficiente memoria para la táctica.
A los treinta años decidió ponerle fina su carrera llena de decepciones, donde nunca llegó a jugar en segunda división si quiera, su adorado Valencia nunca lo volteó a ver, y pasó la mayor parte de su carrera con el equipo local de Alicante. Sus cualidades más grandes estaban en su cabeza, y pronto decidió hacerse técnico. Debutó, donde si no, en el Alicante FC, donde tampoco fue valorado ni exitoso. Probó suerte desde Torrevieja hasta Cartagena, incluso se probó con equipos de mujeres, sin llegar a cuajar nunca un resultado positivo, sin pasar de ser un entrenador mediocre y sin capacidad, su estrella estaba en su contra, JIM devaluaba su nombre con cada equipo que dirigía, se convertía rápidamente en el técnico maldecido a no poder ascender jamás a sus equipos.
Condenado a ser un simple “ajedrecero” que sabía mover las piezas y sabía para que servían,  hacía muchos jaques, pero era incapaz de elaborar un ataque eficiente que diera mate, una defensa impenetrable que hiciera al rival romperse la cabeza. Sólo sabía mover las piezas, no era un ajedrecista.

En 2009 Abdullah conducía su Ferrari nuevo, color blanco en honor a Luna, por una costa andaluza cuando vio un estadio que lo dejó impactado. La Rosaleda y su impactante arquitectura lo dejaron boquiabierto, una oda al buen gusto, una construcción sublime, plantada a pocos kilómetros de una costa con cristalino mar, el mar que tanto añoraba en su desértica casa de Qatar. Vio el estadio y de inmediato preguntó quien jugaba ahí, cuando le respondieron “El Málaga, sheik” Abdullah comenzó a reír, sorprendido por la ironía de ponerle a un equipo el mismo nombre que la ciudad.
De inmediato se puso en contacto con un tal Fernando Sanz, quien le prometió hablarle de regreso, la llamada tardó más de lo esperado, pero Abdullah tenía tiempo para esperar, unos cuantos procesos legales, otras cuantas cenas en lugares caros, un par de visitas al estadio y todo estaba cerrado, el hombre de Qatar se convertía en el primer jeque en poseer un equipo de futbol en la tierra de los toros y el flamenco. En la Andalucía que alguna vez dominaron los moros, ahora comenzaba su posible imperio deportivo un jeque musulmán.
Inició su gestión deportiva como empresario del Medio Oriente, negándose a aceptar negativas como respuestas. Compró a la joya más grande de Venezuela, a una eterna promesa argentina del Bayern” y a un arquitecto chileno de lujo, despreciado por los merengues, ideal para darle forma al proyecto y crear un equipo inolvidable. La primera temporada no fue nada extraordinario, el equipo caminaba y ya, sólo eso, no destacó, no impresionó a nadie, pero dio avisos de un gran potencial. Abdullah volvió a abrir la chequera, se puso una palomita en su vestuario y bajo la consigna de “Educación ciencia y cultura” se prepararon para una temporada inolvidable, no sin antes hacerse de los servicios de Van Gol, de un francés infalible con corazón de “Lyon”, y por si fuera poco, se compro a un Santo apellidado Cazorla. Todo en la mesa para una temporada fantástica, para competirles al Valencia, al Atlético, al Sevilla y al Athletic un puesto de Liga de Campeones, a ellos, y nada más. Cuando se es jeque, es fácil especular

Juan tomó un taxi en Cartagena con dirección al estadio Cartagonova, donde había tenido sus resultados menos malos, habló con el presidente del equipo y tomó su última oportunidad de brillar en el futbol, era con el Cartagena FC, un equipo de segunda división, un equipo nuevo, con afición leal, un equipo sin figuras, pero con corazón, un equipo casi invisible para un técnico más que invisible.
Convirtió al Cartagena en un gran contendiente de la segunda división, llevándolo casi al ascenso en su primer año, pero fallando de nuevo a la hora buena, Las estrellas recordaron quien era JIM. Tuvo otra temporada, se convirtió en el DT histórico del club, habiéndolo dirigido más veces que nadie. Y eso le valió para ser contratado en Primera. Fue un equipo valenciano de convocatoria, pero no fue su amado Valencia, si no el murciélago pequeño y granota. Sonrió al recordar las pulseras azulgranas que hacía de pequeño cuando el presidente del Levante UD le abrió las puertas para su primera función en Primera, con un equipo pequeño, muy pequeño, sencillo y humilde, un equipo nacido para ser de Segunda y que disfrutaba cada temporada en primera como un logro inaudito, y casi irrepetible, y tampoco estaban tan equivocados, ver al Levante en primera era un espectáculo difícil de presenciar en más de cien años.
Lo que le pidieron era una tarea por demás complicada, mantener al equipo en primera por más de dos temporadas seguidas, más si se toma en cuenta que las armas que tenía para hacerlo eran jugadores más cerca del geriátrico que de sus mejores épocas.
Encaró ese reto con una calma heredada por su padre, y con la mayor inteligencia posible, su equipo carecía de jugadores de menos de veinticinco, pero estaba lleno de corazón, de coraje y de experiencia. No había un Caicedo, pero había un Koné. Juan sacó su tablero de ajedrez, guardó un caballo negro en su bolsa izquierda como cábala  para la suerte y comenzó a dirigir al Levante, dispuesto a hacer historia de la buena, pero sobre todo, a demostrar que no era un simple movedor de piezas, quería demostrar que sabía hacer Jaques, y terminar con Mates.

JIM comenzó titubeante, como todos esperaban, nada fuera de lo normal hasta que pudo saborear el quitarle un triunfo cantado al Real Madrid, al poderoso equipo blanco cien veces más caro que el humilde Levante. El Ciutat de Valencia fue testigo de la prodigiosa hazaña, que dejó a todos llorando de la emoción, alegres y satisfechos, un poco ilusionados en que el descenso estaba lejos, nada los hubiera preparado para lo que sucedería mes y medio después.
El 23 de Octubre del 2011 pasó algo, quizá los astros se volvieron a juntar, o tal vez, un poco de suerte no le hace daño a nadie, posiblemente ese día la vida le regresó a Juan todo lo que le había quitado, o hasta puede que Juan Ignacio Martínez después de todo sí nació como un gran técnico, capaz de lo imposible. El caso es que al finalizar el partido en El Madrigal, el Levante estaba como líder en puntos, en solitario, por encima del Real Madrid multimillonario, El Barcelona mejor equipo del mundo, El equipo poderoso de la ciudad, y el “PetroMálaga”. Todos ellos viendo hacia arriba al poderoso Levante, líder provisional de la Liga. Algo jamás pensado, un equipo viejo y lleno de desechos de los demás equipos, un equipo que en segunda figuraba a medias, ahora en la punta de primera, rompiendo esquemas y riéndose en la cara de todos aquellos que nunca creyeron en su corazón y talento. No conforme JIM y su caballo negro bien guardado en la bolsa izquierda del pantalón, llevaron ese liderato invicto al Ciutat de Valencia, para presumirlo ante su público y engalanarlo con un regreso increíble en los últimos diez minutos.
23 puntos de 27 posibles, miles de sueños Levantinos hechos realidad. Abuelos, niños, padres e hijos, gente sabia y pregoneros se abrazaron esa semana, tuvieron toda una semana para presumir por la calle su súper liderato, sus sonrisas regresaron y el futbol vivió en Valencia un ensueño, no importaba perder el derby o tres en fila, Levante tenía una fiesta granota y grandota, una fiesta que jamás olvidarían y que si bien duró poco, será eterna en las memorias de quienes tuvieron la fortuna de verla.
JIM aprendió como usar a sus piezas de manera perfecta; Ghezzal, Iborra y Valdo como sus rápidos alfiles, creando diagonales implacables que desconcertaban a las defensas. Con contundentes torres en las figuras de Koné y Barkero, hechos para recorridos rápidos y para amenazar defensas a gran distancia. Con un hombre polivalente como Juanlu, que podía hacer de todo en el campo y moverse con la libertad de una reina. Sin olvidar jamás la fiabilidad y sorpresa de sus Caballos Ballesteros, Farinós y Venta sorpresivos en el gol, y armas defensivas de primera. Incluso con peones como Del Horno, Suárez y Serrano moviéndose poco, pero estorbando. Un gran equipo a pesar de que su rey, Munúa, a veces saliera de la zona y se arriesgara a ser cazado.
Pero lo más importante, siempre fueron los jaques asfixiantes de JIM, como obligaba al equipo contrario a cambiar su esquema ante las interminables amenazas de sus piezas, como los mantenía en vilo, como su defensa impenetrable obligaba a descuidar la parte trasera a sus contrincantes, haciéndolos presa fácil de alguna movida rápida y asesina, un jaque impedidor, que se convertía pronto en Mate.
Luego el Levante regresó un poco a su realidad, aunque no se resignó jamás, salvó el descenso con varias jornadas de anticipación y fue de los dos equipos de “la otra liga” que encaró al nuevo rico con gallardía, sin sucumbir ante la presión, no se sentían revelación, el Levante era la realidad, luchando con todo por un puesto de Campeones. Así hasta el final, en que sólo tres puntos separaron al Málaga de los Granotas, tres puntos que se perdieron alguna vez, en el Ciutat de Valencia, hasta el final en el que los petrodólares y la mala suerte vencieron al corazón infinito del Levante, o eso parecía.

Abdullah persiguió de cerca al eterno tercero Valencia, sin tener cuidado en el otro equipo de la ciudad, al otro equipo azulgrana, hasta que éste equipo sorprendió a medio mundo quedándose con la punta impensada, algo que ni todos sus millones de jeque pudieron comprar. Peor aún, a media temporada él estaba en el limbo de la media tabla mientras ese insolente equipo de viejos y de pocos millones de euros se mantenía en Europa, ese equipo imitación del Barcelona que los había derrotado hace tiempo, Abdullah se lo tomó personal y comenzó a exigir resultados, sobrecargó a sus jugadores y los hizo mejores. Los convirtió en poderosas máquinas implacables, peleando codo a codo con el equipo pobre del Levante, uno perdía, el otro también, uno goleaba y el otro hacía lo propio, parecían espejo uno del otro, ambos babeando y peleando por un codiciado puesto en Champions.
Su Málaga hizo apenas lo necesario para ir a repesca de su adorada orejona, sin usar a su delantero holandés pero haciendo a un súper Santi, La campaña histórica del Málaga se había producido, entraban por primera vez a la Liga de Campeones y la sonrisa de Abdullah lo decía todo. Se volvieron la nueva arma del futbol español, la sensación, el equipo humilde convertido en grande que le daba a su afición una gran alegría. El jeque demostró que el dinero en el deporte, ayuda bastante. Cuando se es jeque, es fácil ganarle a los pobres.

Al final de 37 jornadas de maravilla para JIM, parecía que su sueño se rompía, la magia gitana que brilló en la semana que fueron líderes parecía cobrarle ahora intereses elevadísimos a un Levante que no lo merecía. Derrotas increíbles, empates inmerecidos, goles imaginarios de los rivales, penales inventados, fueras de lugar inexistentes y postes que parecían moverse condenaban a la mejor temporada en la historia Granota a terminar sin la cereza de la clasificación europea, se estaba lejos de la Champions, muy lejos, pero aún era posible, de menos, una Liga Europea. Y entonces volvió la magia de Juan, recordó su buena estrella recién heredada y se olvidó de maldiciones, de hechizos gitanos o de ser un Juan Martínez, tomó el mando de un equipo que vive cada año en Primera una temporada histórica, por que en el Levante UD no existen campañas gloriosas o recuerdos infinitos, ahí existe el presente, el presente es la época de oro para un equipo que carece de glorias pasadas o de mucha perspectiva de futuro. Cada día es un día más de gloria para el Levante, y Juan se los recordó, se olvidaron de presiones y volvieron a jugar como aquel 23 de Octubre, antes que la presión y la prensa los devorara, aplastaron a un histórico Athletic y consiguieron una campaña de primera, y no sólo eso, consiguieron una campaña de fantasía Europea. Aprendió a mover sus piezas y el futbol y el ajedrez por fin lo reconocieron, genio de la dirección técnica, un gran Ajedrecista.

Ahora comenzó una nueva temporada, con victoria de los ricos, quienes parecen encaminarse a otra temporada más allá de lo natural, una gran campaña con puestos de Liga de Campeones patrocinados por el arquitecto y por Abdullah, aunque sea a la distancia..
Por otro lado, el equipo Levantino, de la mano de JIM, tiene muy difícil la misión de repetir su campaña europea, si vuelven a salvar el descenso habrán hecho demasiado y Juanito Ignacio merecerá una estatua afuera del estadio del Levante, por ser el héroe más destacado de su larga pero trágica historia, sobre todo ahora que su equipo fue desmantelado de nuevo. Ya no tiene a un par de alfiles, se le fue un caballo y le cambiaron unos peones, además de su gran torre Koné. Pero el Levante no se rinde, y el Ciutat de Valencia sigue siendo un campo intratable, donde nadie ha ganado aún y el Atlético apenas rescató un puntito, el tablero de ajedrez más grande que ha tenido Juan, ahí intercambia a Ghezzal por Ríos, a Valdo por Gekas. Tiene nuevos caballos, cumplidores y hasta más rápidos, son Pape Diop y Míchel. Sus nuevos peones, Lell y Dudka, igual no se moverán mucho, pero son una amenaza constante y se escalonan como pocos. La reina Juanlu sigue ahí y el Rey Munúa ya es más precavido. La mejor pieza nueva es la Torre Martins, que pronto ha dejado atrás la sombra de Koné.
Tres puntos después de todo no son tantos, menos en Europa, porque mientras uno se enfrenta a lo que queda de un alguna vez gigante de Europa, a un gigante de un país pequeño y a otro nuevo rico encabezado por Hulk, el otro pelea con la sensación de la Eredivisie, un eterno de la Bundesliga y un equipo querido en Suecia. Grupos semejantes para equipos dispares, pero con calidad de sobra. El Málaga tiene la oportunidad de enfrentarse a la Juve, al Bayern y al Manchester. Pero el Levante se puede enfrenar al Inter, al Liverpool o al Lyon.
Abdullah es un jeque que hizo exitoso a su equipo a billetazos, mientras que Juan es un hombre común, con habilidad para el ajedrez, que hizo a su equipo un inolvidable a punta de gran juego, gran futbol y un coraje que no se acaba nunca. Uno compró a un grandioso “PetroMálaga” mientras que otro inventó al inolvidable “Euro Levante.”

A Juan le gusta el Ajedrez y sigue siendo un gran ajedrecista, además ser ya legendario en Levante, Abdullah sigue siendo un jeque. Cuando se es jeque, es difícil ser una leyenda deportiva.

domingo, 8 de julio de 2012

Los Hermanos Mendieta.


Ataulfo San Román Mendieta tenía cinco años cuando se percató que él era único, singular, especial, extraordinario.
Cuenta la leyenda que cuando nació, todo el hospital quedó en silencio, y sólo se podía escuchar su desgarrador grito, más fuerte que el viento de la tempestad. También se decía de él que nació frío como el hielo, y que ya tenía los ojos bien abiertos cuando salió.
Claro que hay varias mentiras, pues el hospital estaba en su hora más ruidosa, y aún así se escuchó su llanto atronador. Nació más frío que el hielo, o que la nieve; pero sí nació con los ojos abiertos, los mismos que no cerraría en mucho tiempo.
Se percató de su unicidad el día que su madre se largó de la casa, sólo llevándose a Sebastián, su hermano, dejando a Ataulfo y a la pequeña Sandra al cuidado del padre de ambos. Fue un día nublado y bastante frío, Ataulfo ya sabía que el frío no le hacía nada, podía estar todos los días de Julio y Junio viendo la nieve sin que le diera ni un escalofrío, pero odiaba el calor abrasador de la Navidad. Sebastian era más propenso al frío, y por eso odiaba Julio, y amaba la calurosa Navidad.
Siempre Ataulfo y Sebastián fueron diametralmente opuestos, como el negro y el blanco. Dos caras opuestas de la misma moneda opuesta a lo demás. Sebastián era moreno y de ojos claro, mientras Ataulfo era blanco y de ojos oscuros. Sebastián era alto y Ataulfo chaparro, Ataulfo disfrutaba el café y su hermano lo odiaba, Sebastián siempre se veía sonriente y hablaba con todo mundo, mientras que su hermano sonreía cada domingo de adviento, y se llevaba mal con casi todos. Sebastián no comprendía muchas cosas, pero era más imaginativo que cualquiera, mientras que Ataulfo seguía órdenes y entendía todo, pero nació sin imaginación. Casi nadie le hacía caso a estas sutiles diferencias entre uno y otro, excepto, tal vez, su madre, quien siempre mimaba más a Sebastián, siempre le daba primero de comer a Sebastián, siempre abrazaba más a Sebastian, Siempre más de todo a Sebastián.
El día que se fue su madre, Ataulfo soñó con un gran oso viviendo dentro de un iglú, con mariposas de colores, con el vuelo de los pájaros y con ángeles secuestrados en jaulas doradas, con las alas cortadas y las miradas perdidas, todos obedeciendo al tirano dueño de sus alas.
Se despertó como siempre, antes de que llegara su madre, por pura inercia, como le habían enseñado los cinco años, diez meses y tres días de vida que tenía. Miró el techo decorado de su enorme cuarto compartido, y pensó en los sueños y en los soñadores, en aviones y en las lágrimas.
“¿De donde saldrá esa agua salada que les brota a mamá y a Sebi cuando papá les pega?” Se preguntó el niñito, sabía que más de la mitad del cuerpo humano estaba hecha a base de agua, pero el agua se sudaba, se tomaba, se orinaba, pero no se sacaba por los ojos como si la regalaran.
Ese día fue al jardín de niños, donde los demás niños lo tenían por raro, pues nunca sonreía, siempre tenía la respuesta correcta, nunca jugaba con los demás niños del salón, y era demasiado problemático y temperamental, no le podías hacer una broma sin que te soltara un buen moquetazo en el rostro.
Era mucho más inteligente que sus amigos, y sin la necesidad de aplicarse a escuchar la charlatanería de la maestra. Supo que el rojo era el rojo a los dos años, ya sabía leer perfectamente a los cuatro, aprendió a decir mamá a los seis meses, y podía escribir cualquier frase con perfecta ortografía desde su quinto cumpleaños. Sus papás y maestros le decían superdotado rebelde, pero él nunca creyó que eso fuera diferente a lo que hacía el resto del mundo, se creía normal, sólo un poco más listo que muchos de sus amigos, pero sin duda siempre habría niños más listos que él.
Pero ese día, cuando se enteró que su madre se fue, sin dejar más que una nota de papel en la mesa, y una carta para Mario San Román en el cuarto, supo que no era normal.
Vio a su padre, al mismísimo Mario San Román, derrumbarse completamente destrozado sobre una silla tras leer la carta que le dejó su esposa.
-Pero si serás tremenda hija de puta, golfa y puta –repitió entre lágrimas el padre de Ataulfo, mientras él lo veía, lo olía, y sentía pena por él.
-¿Qué dice la carta, padre? – preguntó Ataulfo, con una dicción perfecta y hielo en los ojos.
-Nada que te importe, mocoso miserable – el padre de Ataulfo se levantó de su silla, sólo para darle una tunda a su hijo mientras gritaba “¡Tremenda hija de puta! ¡Zorra hija de puta!”. Ataulfo sabía que los golpes dolían, por que conocía esa extraña sensación de dolor, como si algo dentro de él se quemara. Pero esos golpes no le dolían demasiado, se sentía tranquilo, sólo un poco incómodo, pues al día siguiente su cuerpo estaría lleno de manchas moradas.
Acabó de ser tundido, y se fue a su cuarto, que ahora estaba sólo, sin Sebastián, se sintió extraño, con una sensación de libertad que sólo te da tanto espacio, por fin podría dormir en la cama grande y jugar con la mayoría de los juguetes más bonitos de Sebastián, pues sólo se llevó sus favoritos con su madre.
Ataulfo esperó a que su padre durmiera, esperó y esperó, hasta que llegó el momento esperado y pudo entrar a ver la carta. No decía nada muy importante ni interesante. Que el amor, que no la buscara, que Sandra y Ataulfo se quedaban con él, que la confianza, que las conchas de las madres de todos. Pero hubo un detalle que le pegó más que todos. La carta le revelaba a Mario San Román que el verdadero padre de Sebastián era Arcadio Gil.
Ataulfo se sintió traicionado, engañado, como un idiota al creer ciegamente que esa señora pudiera tener algo de bueno, o que él y Sebastián podían ser completamente hermanos. Sintió fuego en su estómago como nunca lo había sentido, apretó sus pequeños y delicados puños de cinco años y luego comenzó a restregarse los ojos, ni una sola gota. Su corazón seguía latiendo igual sin ninguna alteración de esas que a Sebastián le ocurrían día sí, día también. Su corazón estaba frío, y sólo tocarse el pecho, sentía su mano más helada que el culo de un pingüino.
Así fue como se enteró que era diferente al resto del mundo, se dio cuenta que su corazón no estaba hecho de músculos y grasas, sino de hielo y hiel. Dio una carcajada mientras salía del cuarto de su padre, se juraba encontrar la manera de que todo el mundo fuera igual que él, conseguir helar el corazón de la humanidad, y así castigar y premiar a cada humano, dependiendo de que lado viera.
También, pero en sueños, juró encontrar a Sebastián, sólo para hacer su vida un martirio constante junto a su madre, era lo menos que merecían por dejarlo a su suerte con Sandra y el violento de Mario San Román.

Como Ataulfo lo presintió aquel día en que su madre lo abandonó para no regresar nunca, su vida no fue fácil, pero tampoco estuvo llena de complicaciones.
Creció en una casa rica, con todos los lujos imaginables para esos años setentas. Tenía televisión a color, teléfono en la casa, agua potable y servicio de transporte, limpieza y comida. Su padre se casó todavía otras dos veces en diez, y en cada ocasión tuvo una hija, dejando a Ataulfo sin un hermanito para jugar y decirse cosas de hombres. Pero lo peor de no tener otro hombre en la casa, eran las zarandeadas que su padre le daba tres veces a la semana, siempre que llegaba ebrio de algún lado. Las golpizas se daban en el baño, a escondidas y con violencia y dedicación casi ritual, en ellas Mario San Román descargaba contra el mayor de sus hijos todo su coraje por no tener lo que quería, por estarse yendo a la mierda junto con el mierdero país, por la traición de Dalia Mendieta, la única mujer a quien pudo amar alguna vez.
Ataulfo veía con normalidad las agresiones de su padre, las cuales no le dolían, como ya no le dolía nada de lo que pudiera hacerle nadie. Comprendía a su padre y hasta lo compadecía por compartir con los humanos esa condena que resultaba el tener un corazón de carne, que bombeaba sangre cálida a todo el organismo, un corazón de carne capaz de sentir dolor y amor. Estas palizas sólo servían para aumentar su odio por la figura materna y el hermano mayor, quien ya no estaba para soportar los golpes.
Vivió con esa rutina de los golpes hasta sus quince años, cuatro meses y once días, día en que su padre tuvo el primero de varios infartos que lo terminarían matando, y que lo mantendrían en el hospital, o bajo observación la mayor parte del tiempo. Una nueva razón para odiar a su madre. Era una mujer mala, capaz de hacer con el corazón de un hombre un punto de dolor máximo.
Ataulfo encontró en el dolor de las demás personas, un placer inusual. Acostumbraba traumar a los niños más pequeños con historias de terror, ahorcaba gatos hasta dejarlos muertos en el suelo, pateaba perros y le hacía cosas mañas a sus hermanas, como pellizcarlas, dejarlas caer de la cama, escupirles y decirles putas. Pero su mayor diversión, sin duda, era crear chismes para separar parejas. Lo descubrió a los nueve años, cuando hizo que Alejandra Márquez y Julián García, una parejita de la escuela, se separara por que él inventó que ella “le hizo un pete groso a un niño de secundaria, y también se dejó dar por el orto”. Y desde ahí había creado cuanta estafa se le ocurriera para separar relaciones estables.
Su mayor logro fue cuando los Fuentes de la Red se separaron, por que la esposa creyó que Ataulfo era un bastardo de su esposo. Comenzó diciendo esto a una niña de bachiller, y todo terminó en una separación escandalosa.
Sabía que la mentira corría más rápido que la verdad, y que la gente siempre la prefería, por ser más rica en contenido. Y eso le gustaba. Hacer sufrir a los demás era su afición número uno.
Desde el primer infarto de su padre, Ataulfo se tuvo que encargar de sus tres hermanas, en compañía de la señora Alicia, ama de llaves de la casa, y la última esposa de Mario San Román; La señora Lucero Valencia de San Román.
Lucero Valencia era una muchacha de sólo veinte años, y Mario San Román se había casado con ella dos años antes, cuando la saco de una casa de putas por una hija que esperaba. Era bastante guapa, de piel clarita y ojos verdes como el pasto en primavera, era delgada y con un trasero pronunciado y suave, como le gustaban las putas al padre de Ataulfo. Era también una mujer servicial y cordial, dueña de sí misma y de sus placeres como pocas.
Lucero Valencia siempre había infundido una especie de respeto en Ataulfo, quien no podía dejar de pensar en ella como el ejemplo claro de lo que una persona con corazón de hielo era; fría y dueña de sí, sin ninguna motivación práctica diferente a la satisfacción personal. También la forma en que siempre conseguía lo que quería en base a sus palabras y su lindura le hacían pensar a Ataulfo que debía ser la mejor madre del mundo, y envidió a Ana, su media hermana más pequeña.
Pero toda la admiración que pudo sentir por Lucero Valencia, se acrecentó el mismo día que perdió la virginidad, tomada a la fuerza por su madrastra. Fue un día soleado de diciembre, mientras Mario San Román se debatía entre la vida y la muerte, y cada una de las niñas estaba en la escuela. Ataulfo no fue por que tenía dolor de cabeza y Lucero Valencia envió una carta al colegio, indicando que su hijastro ni iría ese día, y que lo dispensaran. Ataulfo estaba más cerca de los diecisiete que de los quince, y nunca había besado a una chica, nunca se interesó por una chica, nunca se había masturbado, nunca había tomado la mano de una chica, nunca se había enamorado. Hablaba con mujeres sin pena, y sólo para lo esencial, las veía como las causantes principales del grave mal de amores, y las que hacían que los corazones de carne sufrieran exaltaciones, y las despreciaba a todas, menos a Lucero Valencia.
-He hablado al colegio para informar que no irás – le dijo mientras entraba a su cuarto y se sentaba en la cama.
-Gracias.
-Creo que hoy te espera un día muy calmado.
-Eso parece.
-Pues te equivocas – Lucero Valencia se metió entre las cobijas de Ataulfo, y le besó sus labios con pasión y gozo, algo inconcebible para una mujer con corazón de hielo. Pero Ataulfo le siguió el juego, estaba firmemente convencido que el hielo de su corazón le impediría sentir algo, pero le falló el cálculo.
La alguna vez prostituta lo desnudó y aplicó todas sus artes pasionales para despertar en el cuerpo de Ataulfo la llama del deseo, desenmascarar la verdadera identidad de su ahijado, un hombre fuerte y viril, un tigre enjaulado, esperando escapar de una vez y para siempre.
Fue un sexo violento, desgarrador, el novato sentía crecer dentro de él sensaciones inusuales y seguía órdenes con suma eficacia, mientras que la maestra se sorprendía al descubrir las capacidades indescriptibles de su pupilo, diligente, esmerado, cumplidor, pero pragmático en exceso. Se sintió complacida en el plano físico, resultó mejor de lo que esperaba. Pero también se desilusionó, esperaba conquistar el corazón de ese niño que la encaprichaba, que la enamoró desde que lo vio, que llenaba sus sueños y sus orgasmos, pero a cambio de eso, despertó a la bestia del sexo entre los pantalones de Ataulfo, quien resumió en seis palabras un secreto a voces.
-Por eso a todos les gusta – ni una sonrisa, sólo un orgasmo húmedo, duradero, y que le causó un gran placer al adolescente, pero no logró mover una sola placa de escarcha de su helado corazón.
Ahora enaltecía aún más a Lucero Valencia; alguien que aparte de disfrutar tanto de los placeres corporales, también lucraba con eso, sólo podía ser una genio helada.

Ataulfo y Lucero Valencia se convirtieron en amantes constantes, y duraron así hasta que él cumplió los dieciocho, y tuvo edad para dejar la casa paterna y largarse a estudiar medicina, donde seguramente encontraría la forma de congelar el corazón del mundo entero.
Lucero Valencia, mientras tanto, contaba deshojando una pobre rosa los días que faltaban para que su querido querubín se largara indefinidamente de la casa. Había sido su único amante, la única persona con quien rompio el voto de fidelidad hecho a Mario San Román, lo vio crecer, estudiar, conocer al mundo, y aprender miles de formas para darle placer y bdarse placer.
Los encuentros eran furtivos, aprovechando para amarse lo poco que les dejara la vida, unos minutos en la cocina, algunas horas en la cama cuando Mario San Román iba al hospital, muchas veces en la azotes. Lo más desquiciado fue hacerlo en el cuarto de costura, mientras las niñas vepian televisión. Para Lucero era algo más que sólo sexo increíblemente placentero, era entregar su corazón, su alma, su vida, dejar en claro el amor. Pero Ataulfo lo veía como lo que su pobre corazón de hielo le permitía, sólo placer físico desmedido.
Ignorante de esta situación, y convencida de que Ataulfo sólo necesitaba un ligero empujoncito por el camino del amor para darse cuenta de que estaba enamorado de su madrastra, Lucero Valencia decidió volverse loca el último día antes de que Ataulfo se fuera al extranjero a estudiar, cortesía de una beca proporcionada por la UNAM. Firmó su acta de muerte con las palabras más sinceras, estúpidas, mortales y placenteras que habría de decir nunca.
-Te amo – le dijo esa noche, tras hacer el amor, esperando una respuesta igual de parte de Ataulfo, quien sólo comenzó a reírse; su mujer de hielo había caído de su gracia, también tenía corazón de carne.
-Eso no es cierto, dime que no es cierto.
-Sí lo es, es cierto, te amo a ti como no he amado en mi vida, eras lo que siempre había buscado, déjame irme a vivir contigo, seamos felices por allá, en México, olvidémonos de todo y amémonos.
-Pero si yo no te amo, sólo garcho contigo por que me gusta, pero garcharía con otra mujer si se me ofreciera en dulce, como tú
-¿Dos años de garchar, sin hacer el amor?
-Mujer de hielo, ¿estás de broma?
-No, en serio, te ampo, y sé que vos me amas, tienes qué.
-No, Lucero Valencia, yo no amo a nadie ni a nada. Te respetaba, por que creía que eras como yo y sólo buscabas el placer a toda costa, pero veo que no.
-Te pido que te bajes de mi cama y no nos volvamos a ver hasta que tus sentimientos hayan abandonado tu estúpido corazón de carne.
-¿Pero que decís? ¡Tienes congelado el corazón!
-¿Cómo lo supiste? – Ataulfo se quedó helado y por primera vez sintió que su secreto se había revelado.
-Cuando me abrazás, todo tu cuerpo es un cubo de hielo, cuando me amás, sos un cubo de hielo.
-Que bueno que lo tengas en mente, putarraca estúpida.
-Creí que podrías amarme, creí que podría quitar el hielo de tu corazón.
-¿Una puta como tú? Jamás quitaría un copo de nieve por ti.
-Me lastimás.
-Lárgate, mañana me voy a la escuela – Lucero Valencia salió del cuarto de su hijastro-amante y comenzó a vagar por la ciudad, ya sin ánimos de vivir. Pensó que había entregado demasiado de su vida a ese estúpido muchacho que le terminó jodiendo la vida. Lloró y lloró de nuevo, sin saber que hacer, otros hombres la habían lastimado ya, pero nunca nadie le había destrozado el corazón.
-Ese pibe, tené hielo en su corazón.
Ataulfo durmió con decepción, su mujer de hielo no era más que una farsa. Pero no tenía por qué serlo siempre, comenzaría congelando el corazón primero a Lucero Valencia, y así podría tener orgasmos con ella cuando quisiera, y como quisiera.

Ataulfo pasó su primer año en la universidad con un promedio excelente, resultado de su extraordinaria capacidad de retención y entendimiento. Pero no encontró ningún libro, ninguna clase, ningún maestro que le dijera algo sobre su corazón helado y como podía transformarlo. Encontró a muchas chicas con las que tuvo relaciones por varios días, sólo hasta que aparecía una nueva y se iba sin dejar una sola marca. Así regresó a Argentina, frustrado e infeliz.
Cuando llegó, se encontró con sus hermanas y Lucero Valencia en el aeropuerto. Todas estaban igual que cuando las dejó, excepto por Lucero, quien ya no era tan hermosa, su piel se había vuelto dura, sus ojos se habían apagado, su cabello perdió color y tenía un collarín bastante antiestético en el cuello.
-Los doctores dicen que es por el cáncer – le dijo Lucero Valencia a Ataulfo cuando estuvieron a solas –, pero a mí no me engañan.
-¿Qué te pasa entonces, vieja?
-Que me dio el desamor.
-No llevo ni un día acá, ¿y vos ya empezás con tus sandeces?
-Que no son sandeces, mi sol, sin ti no vivo más, pues la vida que no es contigo, no se merece vivir.
-Dejate de joder, si no querés garchar, fuera de mi cuarto, que vos no sos la única, allá en México son tan putas que me la han aplicado tres al mismo tiempo.
-Seguís con el corazón helado – Lucero Valencia se resignó a lo inevitable y salió del cuarto de su aún hijastro, con toda la intención de ponerle fin al suplicio que le había traído el maldito muchacho.
Se tardó dos semanas en encontrar la manera, y dos días en planear su escape de las garras malévolas de Ataulfo, pero cuando lo logró, nada en el mundo pudo revertir su decisión. Le dispararía a Ataulfo, y luego se dispararía, para que al menos tuviera la certeza de que murió en sus manos.
Llegó el fatídico miércoles en que su suicidio se llevaría a cabo. Dejó una carta en el cuarto de Ataulfo, pidiéndole reunirse para tener un buen último polvo. Eso sería infalible. Sacó de entre las cosas de Mario San Román una vieja Colt 45, la cargó y la llevó consigo al punto de reunión; el cuarto de escobas.
Ataulfo encontró la carta, salió y se reunió con Lucero Valencia, quien se veía más deseable que nunca, con su nueva falda negra llena de encajes, especial para la ocasión, también llevaba una blusa negra y medias de nylon. Lucero le hizo el amor a Ataulfo como una loca frenética, sabiendo que sería la última vez que haría el amor con alguien. Probó cada posición que conocía, cada movimiento, buscó el punto G, pero no lo encontró. Ataulfo lo hizo como siempre, con una mezcla de diversión y placer que lo hacían un amante único en el mundo, frío y erecto hasta el infinito.
Lucero Valencia terminó tres veces antes de efectuar de una vez el maldito plan. Ni siquiera se vistió o dejó que Ataulfo lo hiciera.
-Tengo una sorpresa para ti.
-Dejate de cursilerías, que sólo vine para garcharte.
-Créeme que esto no es nada cursi – sacó la Colt de entre sus cosas y la apuntó directamente al corazón de Ataulfo.
-¡¿PERO QUÉ HACÉS?!
-Si yo no tengo tu corazón, nadie lo tendrá, mi sol, nadie – Lucero Valencia quitó el seguro, y en ese momento una luz apareció de la nada, una luz blanca, que sólo Ataulfo pudo ver, del rayo de luz apareció una figura muy extraña. Era un hombre alto, lleno de tatuajes y rapado, vestía una túnica blanca y llevaba en la espalda unas brillantes alas negras.
“Parece que estás muerto, ¿verdad?” escuchó Ataulfo en su cabeza.
-¿Quién sos vos? – preguntó Ataulfo al ángel.
-La Boluda que se enamoró de ti, y la que te va a llevar a la tumba.
“Soy un ángel de la muerte, y he venido a llevarte”
-Yo no me quiero ir, aún tengo mucho que hacer en esta vida.
-Lástima, mi querido, pero ya es tarde para arrepentirse.
“Lo sé, por eso estoy aquí, te ofrezco un trato, pero tienes que cerrar la boca, que en tus pensamientos te oigo bien”
-Es una lástima que todo tenga que terminar así entre nosotros, pero te amo, y te necesito… – Ataulfo volteó a ver al ángel, asintió y dejó de escuchar toda la sarta de estupideces que Lucero Valencia le tenía que decir.
“Sácame de esta, ángel” pensó Ataulfo y el ángel sonrió antes de ponerse a su izquierda y susurrarle al oído.
“Si te saco de esta, te va a costar mucho más de lo que imaginas, no creas que es un favor fácil. En este momento, tú ya estás en las filas de los muertos, te están esperando para cruzar las puertas del infierno”
“¿Qué necesitas? Te puedo dar lo que querás, mi alma si es necesario.”
“A quien quieres engañar, tú no tienes alma. Pero tu corazón de hielo es interesante, me vendría bien para dárselo al jefe”
“¿De que hablás? Ese es mío, la única razón por la que vivo”
“Te cambio tu corazón de hielo por tu vida nueva”
“Ni hablar, es lo único que me da vida”
“Entonces, te toca morir, ché”
“Esperá, creo que todo es negociable, y te puedo ofrecer un mejor trato.”
“Soy todo oídos.”
“Vos querés mi corazón, y yo quiero vivir para poder congelar el corazón de todos. Que tal si hacemos un equipo”
“Lo siento, yo no hago tratos. Tu corazón o tu muerte”
Ataulfo lo masticó un poco, no tenía mucho sentido vivir sin un corazón de hielo, pero tampoco morir por no querer entregarlo.
“Si no queda más remedio, llévate mi corazón”
“Trato hecho”- el ángel metió su mano divina en el pecho de Ataulfo, y la sacó poco después, con un corazón hecho en su totalidad de hielo y escarcha.
“Vaya, si tienes un corazón de hielo” – dijo el ángel antes de chascar los dedos y desaparecer junto con esa luz brillante misteriosa.
-¡Espera, hijo de puto, me tenés que salvar la vida!
-De esta sólo te salva que me ames – le dijo Lucero Valencia a Ataulfo, y este la vio, y sintió su corazón latir acelerado, lleno de calor, con miedo, y tal vez, con amor.
-Te amo – dijo entre la confusión.
-Sí, claro, cuando te conviene.
-No, es en serio, tocá – Ataulfo dejó que Lucero Valencia le tocara el pecho, y ella de inmediato notó algo diferente.
-Está calientito.
-Es por que vos le quitaste la escarcha a mi corazón.
-Yo viví años sólo para escuchar esas palabras.
-Pues ahí las tienes, le quitaste la escarcha a mi corazón de hielo.
-Te amo, mi cielo – Lucero Valencia abrazó a Ataulfo con amor, y éste le devolvió el abrazo, sintió su corazón latir cálido, y se sintió mal por engañar a la pobre mujer. Abrió la palma de su mano, y encontró las dos plumas que le había robado a las alas del ángel de la muerte.
-Tú no te me escapas – dijo entre dientes.
-No lo haré nunca – le respondió Lucero Valencia, sin saber a que se refería su amor.