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martes, 9 de octubre de 2012

Jaques vs Jeques



Juan nació en Alicante, Abdullah nació en Doha. Juan siempre soñó con ser un futbolista profesional, Abdullah prefería jugar al banquero. Juan tuvo que trabajar desde niño para comer, Abdullah siempre tuvo a su disposición los manjares más ricos del Medio Oriente. Abdullah nació en una casa real, Juan lo hizo en una casa realmente pobre. Abdullah siempre ha tenido mucho cabello, Juan se queda más calvo cada día. Juan adora el ajedrez, Abdullah tiene fascinación por el dinero.
Dos entes dispares, unidos por alguna razón extraterrenal para darnos durante 37 jornadas la mejor competencia de la Liga 2011/2012. El último puesto de Champions.

Abdullah ben Nasser Al Thani fue concebido como parte de la realeza Qatarí, heredero de grandísimas fortunas y un poderoso apellido. Conocía el desierto y la arena, pero no tenía idea de lo que era pasar una noche a la intemperie. Tenía camellos a montones, pero nunca necesitó de uno para subsistir, sólo eran sus mascotas de lujo con las que a veces paseaba entre los plebeyos que hacían reverencia ante un Al Thani. Era un chico listo, despierto y apasionado, una buena combinación cuando además eres de la realeza.
Su amor por el futbol era algo difícil de explicar en un país tan ajeno a este deporte, pero él siempre veía los partidos de su amado Al Rayyan. Consciente de que la realeza y los deportes vulgares no se mezclaban, nunca intentó jugar al fútbol, a cambio, iba al palco privado del equipo cada dos semanas a apoyar, siempre enfundado en su camisa negra y roja. Tuvo que soportar por años ver al Al-Sadd levantar la copa una y otra vez, por lo mismo, disfrutó enormemente de cada una de las copas de sus amados leones.
Creció, aprendió, estudió como generar aún más dinero y se hizo de sus propios millones, su primer capricho fue un potro blanco, salvaje, hermoso, veloz como pocos, acostumbraba montarlo cinco veces a la semana. A éste caballo, llamado Luna por el gran brillo blanco que emitía en la oscuridad del desierto, le siguieron otros diez, y luego más de cincuenta, algunos los dejaba libres, otros los mantenía cerca, otros los regalaba a sus familiares, pero jamás abandonó a Luna, y el día que éste por la edad tuvo que decir adiós, lo enterró en la arena, y le mandó a hacer una estatua, la cual aún se conserva en el patio de una de sus decenas de casas por el mundo.
Adorador del futbol se hizo miembro honorario de sus amados leones, además de coleccionar carros caros y caballos, coleccionaba aficiones deportivas, un hombre plagado de éxito desde su nacimiento. Cuando se es jeque, es fácil tener éxito.

Juan Ignacio Martínez no tuvo tanta suerte a la hora de nacer, no le tocó ser parte de la familia real, ni hijo de grandes empresarios, en su familia no había futbolistas o artistas de abolengo, y por si fuera poco, era un Juan Martínez, nombre con el cual es difícil sobresalir. Tuvo que ir desde pequeño a la playa a venderles a los turistas algunas ediciones pasadas del diario de la Comunidad Valenciana, pulseras azulgranas y cerillas para las famosas Hogueras.
A sus quince años se dio cuenta de que no quería pasar toda su vida vendiendo cosas en la tienda de su padre, y en la escuela nunca destacó, así que optó por explotar lo que él consideraba su talento natural: el futbol. Soñaba con ser el Lateral izquierdo del Valencia y arrebatarle títulos al Madrid, al Barcelona y al Athletic. Todo esto nunca sucedió, pues sus habilidades en la cancha nunca fueron demasiado destacadas, los técnicos no apreciaban su visión de campo, su talento natural para robar el balón y su eficiente memoria para la táctica.
A los treinta años decidió ponerle fina su carrera llena de decepciones, donde nunca llegó a jugar en segunda división si quiera, su adorado Valencia nunca lo volteó a ver, y pasó la mayor parte de su carrera con el equipo local de Alicante. Sus cualidades más grandes estaban en su cabeza, y pronto decidió hacerse técnico. Debutó, donde si no, en el Alicante FC, donde tampoco fue valorado ni exitoso. Probó suerte desde Torrevieja hasta Cartagena, incluso se probó con equipos de mujeres, sin llegar a cuajar nunca un resultado positivo, sin pasar de ser un entrenador mediocre y sin capacidad, su estrella estaba en su contra, JIM devaluaba su nombre con cada equipo que dirigía, se convertía rápidamente en el técnico maldecido a no poder ascender jamás a sus equipos.
Condenado a ser un simple “ajedrecero” que sabía mover las piezas y sabía para que servían,  hacía muchos jaques, pero era incapaz de elaborar un ataque eficiente que diera mate, una defensa impenetrable que hiciera al rival romperse la cabeza. Sólo sabía mover las piezas, no era un ajedrecista.

En 2009 Abdullah conducía su Ferrari nuevo, color blanco en honor a Luna, por una costa andaluza cuando vio un estadio que lo dejó impactado. La Rosaleda y su impactante arquitectura lo dejaron boquiabierto, una oda al buen gusto, una construcción sublime, plantada a pocos kilómetros de una costa con cristalino mar, el mar que tanto añoraba en su desértica casa de Qatar. Vio el estadio y de inmediato preguntó quien jugaba ahí, cuando le respondieron “El Málaga, sheik” Abdullah comenzó a reír, sorprendido por la ironía de ponerle a un equipo el mismo nombre que la ciudad.
De inmediato se puso en contacto con un tal Fernando Sanz, quien le prometió hablarle de regreso, la llamada tardó más de lo esperado, pero Abdullah tenía tiempo para esperar, unos cuantos procesos legales, otras cuantas cenas en lugares caros, un par de visitas al estadio y todo estaba cerrado, el hombre de Qatar se convertía en el primer jeque en poseer un equipo de futbol en la tierra de los toros y el flamenco. En la Andalucía que alguna vez dominaron los moros, ahora comenzaba su posible imperio deportivo un jeque musulmán.
Inició su gestión deportiva como empresario del Medio Oriente, negándose a aceptar negativas como respuestas. Compró a la joya más grande de Venezuela, a una eterna promesa argentina del Bayern” y a un arquitecto chileno de lujo, despreciado por los merengues, ideal para darle forma al proyecto y crear un equipo inolvidable. La primera temporada no fue nada extraordinario, el equipo caminaba y ya, sólo eso, no destacó, no impresionó a nadie, pero dio avisos de un gran potencial. Abdullah volvió a abrir la chequera, se puso una palomita en su vestuario y bajo la consigna de “Educación ciencia y cultura” se prepararon para una temporada inolvidable, no sin antes hacerse de los servicios de Van Gol, de un francés infalible con corazón de “Lyon”, y por si fuera poco, se compro a un Santo apellidado Cazorla. Todo en la mesa para una temporada fantástica, para competirles al Valencia, al Atlético, al Sevilla y al Athletic un puesto de Liga de Campeones, a ellos, y nada más. Cuando se es jeque, es fácil especular

Juan tomó un taxi en Cartagena con dirección al estadio Cartagonova, donde había tenido sus resultados menos malos, habló con el presidente del equipo y tomó su última oportunidad de brillar en el futbol, era con el Cartagena FC, un equipo de segunda división, un equipo nuevo, con afición leal, un equipo sin figuras, pero con corazón, un equipo casi invisible para un técnico más que invisible.
Convirtió al Cartagena en un gran contendiente de la segunda división, llevándolo casi al ascenso en su primer año, pero fallando de nuevo a la hora buena, Las estrellas recordaron quien era JIM. Tuvo otra temporada, se convirtió en el DT histórico del club, habiéndolo dirigido más veces que nadie. Y eso le valió para ser contratado en Primera. Fue un equipo valenciano de convocatoria, pero no fue su amado Valencia, si no el murciélago pequeño y granota. Sonrió al recordar las pulseras azulgranas que hacía de pequeño cuando el presidente del Levante UD le abrió las puertas para su primera función en Primera, con un equipo pequeño, muy pequeño, sencillo y humilde, un equipo nacido para ser de Segunda y que disfrutaba cada temporada en primera como un logro inaudito, y casi irrepetible, y tampoco estaban tan equivocados, ver al Levante en primera era un espectáculo difícil de presenciar en más de cien años.
Lo que le pidieron era una tarea por demás complicada, mantener al equipo en primera por más de dos temporadas seguidas, más si se toma en cuenta que las armas que tenía para hacerlo eran jugadores más cerca del geriátrico que de sus mejores épocas.
Encaró ese reto con una calma heredada por su padre, y con la mayor inteligencia posible, su equipo carecía de jugadores de menos de veinticinco, pero estaba lleno de corazón, de coraje y de experiencia. No había un Caicedo, pero había un Koné. Juan sacó su tablero de ajedrez, guardó un caballo negro en su bolsa izquierda como cábala  para la suerte y comenzó a dirigir al Levante, dispuesto a hacer historia de la buena, pero sobre todo, a demostrar que no era un simple movedor de piezas, quería demostrar que sabía hacer Jaques, y terminar con Mates.

JIM comenzó titubeante, como todos esperaban, nada fuera de lo normal hasta que pudo saborear el quitarle un triunfo cantado al Real Madrid, al poderoso equipo blanco cien veces más caro que el humilde Levante. El Ciutat de Valencia fue testigo de la prodigiosa hazaña, que dejó a todos llorando de la emoción, alegres y satisfechos, un poco ilusionados en que el descenso estaba lejos, nada los hubiera preparado para lo que sucedería mes y medio después.
El 23 de Octubre del 2011 pasó algo, quizá los astros se volvieron a juntar, o tal vez, un poco de suerte no le hace daño a nadie, posiblemente ese día la vida le regresó a Juan todo lo que le había quitado, o hasta puede que Juan Ignacio Martínez después de todo sí nació como un gran técnico, capaz de lo imposible. El caso es que al finalizar el partido en El Madrigal, el Levante estaba como líder en puntos, en solitario, por encima del Real Madrid multimillonario, El Barcelona mejor equipo del mundo, El equipo poderoso de la ciudad, y el “PetroMálaga”. Todos ellos viendo hacia arriba al poderoso Levante, líder provisional de la Liga. Algo jamás pensado, un equipo viejo y lleno de desechos de los demás equipos, un equipo que en segunda figuraba a medias, ahora en la punta de primera, rompiendo esquemas y riéndose en la cara de todos aquellos que nunca creyeron en su corazón y talento. No conforme JIM y su caballo negro bien guardado en la bolsa izquierda del pantalón, llevaron ese liderato invicto al Ciutat de Valencia, para presumirlo ante su público y engalanarlo con un regreso increíble en los últimos diez minutos.
23 puntos de 27 posibles, miles de sueños Levantinos hechos realidad. Abuelos, niños, padres e hijos, gente sabia y pregoneros se abrazaron esa semana, tuvieron toda una semana para presumir por la calle su súper liderato, sus sonrisas regresaron y el futbol vivió en Valencia un ensueño, no importaba perder el derby o tres en fila, Levante tenía una fiesta granota y grandota, una fiesta que jamás olvidarían y que si bien duró poco, será eterna en las memorias de quienes tuvieron la fortuna de verla.
JIM aprendió como usar a sus piezas de manera perfecta; Ghezzal, Iborra y Valdo como sus rápidos alfiles, creando diagonales implacables que desconcertaban a las defensas. Con contundentes torres en las figuras de Koné y Barkero, hechos para recorridos rápidos y para amenazar defensas a gran distancia. Con un hombre polivalente como Juanlu, que podía hacer de todo en el campo y moverse con la libertad de una reina. Sin olvidar jamás la fiabilidad y sorpresa de sus Caballos Ballesteros, Farinós y Venta sorpresivos en el gol, y armas defensivas de primera. Incluso con peones como Del Horno, Suárez y Serrano moviéndose poco, pero estorbando. Un gran equipo a pesar de que su rey, Munúa, a veces saliera de la zona y se arriesgara a ser cazado.
Pero lo más importante, siempre fueron los jaques asfixiantes de JIM, como obligaba al equipo contrario a cambiar su esquema ante las interminables amenazas de sus piezas, como los mantenía en vilo, como su defensa impenetrable obligaba a descuidar la parte trasera a sus contrincantes, haciéndolos presa fácil de alguna movida rápida y asesina, un jaque impedidor, que se convertía pronto en Mate.
Luego el Levante regresó un poco a su realidad, aunque no se resignó jamás, salvó el descenso con varias jornadas de anticipación y fue de los dos equipos de “la otra liga” que encaró al nuevo rico con gallardía, sin sucumbir ante la presión, no se sentían revelación, el Levante era la realidad, luchando con todo por un puesto de Campeones. Así hasta el final, en que sólo tres puntos separaron al Málaga de los Granotas, tres puntos que se perdieron alguna vez, en el Ciutat de Valencia, hasta el final en el que los petrodólares y la mala suerte vencieron al corazón infinito del Levante, o eso parecía.

Abdullah persiguió de cerca al eterno tercero Valencia, sin tener cuidado en el otro equipo de la ciudad, al otro equipo azulgrana, hasta que éste equipo sorprendió a medio mundo quedándose con la punta impensada, algo que ni todos sus millones de jeque pudieron comprar. Peor aún, a media temporada él estaba en el limbo de la media tabla mientras ese insolente equipo de viejos y de pocos millones de euros se mantenía en Europa, ese equipo imitación del Barcelona que los había derrotado hace tiempo, Abdullah se lo tomó personal y comenzó a exigir resultados, sobrecargó a sus jugadores y los hizo mejores. Los convirtió en poderosas máquinas implacables, peleando codo a codo con el equipo pobre del Levante, uno perdía, el otro también, uno goleaba y el otro hacía lo propio, parecían espejo uno del otro, ambos babeando y peleando por un codiciado puesto en Champions.
Su Málaga hizo apenas lo necesario para ir a repesca de su adorada orejona, sin usar a su delantero holandés pero haciendo a un súper Santi, La campaña histórica del Málaga se había producido, entraban por primera vez a la Liga de Campeones y la sonrisa de Abdullah lo decía todo. Se volvieron la nueva arma del futbol español, la sensación, el equipo humilde convertido en grande que le daba a su afición una gran alegría. El jeque demostró que el dinero en el deporte, ayuda bastante. Cuando se es jeque, es fácil ganarle a los pobres.

Al final de 37 jornadas de maravilla para JIM, parecía que su sueño se rompía, la magia gitana que brilló en la semana que fueron líderes parecía cobrarle ahora intereses elevadísimos a un Levante que no lo merecía. Derrotas increíbles, empates inmerecidos, goles imaginarios de los rivales, penales inventados, fueras de lugar inexistentes y postes que parecían moverse condenaban a la mejor temporada en la historia Granota a terminar sin la cereza de la clasificación europea, se estaba lejos de la Champions, muy lejos, pero aún era posible, de menos, una Liga Europea. Y entonces volvió la magia de Juan, recordó su buena estrella recién heredada y se olvidó de maldiciones, de hechizos gitanos o de ser un Juan Martínez, tomó el mando de un equipo que vive cada año en Primera una temporada histórica, por que en el Levante UD no existen campañas gloriosas o recuerdos infinitos, ahí existe el presente, el presente es la época de oro para un equipo que carece de glorias pasadas o de mucha perspectiva de futuro. Cada día es un día más de gloria para el Levante, y Juan se los recordó, se olvidaron de presiones y volvieron a jugar como aquel 23 de Octubre, antes que la presión y la prensa los devorara, aplastaron a un histórico Athletic y consiguieron una campaña de primera, y no sólo eso, consiguieron una campaña de fantasía Europea. Aprendió a mover sus piezas y el futbol y el ajedrez por fin lo reconocieron, genio de la dirección técnica, un gran Ajedrecista.

Ahora comenzó una nueva temporada, con victoria de los ricos, quienes parecen encaminarse a otra temporada más allá de lo natural, una gran campaña con puestos de Liga de Campeones patrocinados por el arquitecto y por Abdullah, aunque sea a la distancia..
Por otro lado, el equipo Levantino, de la mano de JIM, tiene muy difícil la misión de repetir su campaña europea, si vuelven a salvar el descenso habrán hecho demasiado y Juanito Ignacio merecerá una estatua afuera del estadio del Levante, por ser el héroe más destacado de su larga pero trágica historia, sobre todo ahora que su equipo fue desmantelado de nuevo. Ya no tiene a un par de alfiles, se le fue un caballo y le cambiaron unos peones, además de su gran torre Koné. Pero el Levante no se rinde, y el Ciutat de Valencia sigue siendo un campo intratable, donde nadie ha ganado aún y el Atlético apenas rescató un puntito, el tablero de ajedrez más grande que ha tenido Juan, ahí intercambia a Ghezzal por Ríos, a Valdo por Gekas. Tiene nuevos caballos, cumplidores y hasta más rápidos, son Pape Diop y Míchel. Sus nuevos peones, Lell y Dudka, igual no se moverán mucho, pero son una amenaza constante y se escalonan como pocos. La reina Juanlu sigue ahí y el Rey Munúa ya es más precavido. La mejor pieza nueva es la Torre Martins, que pronto ha dejado atrás la sombra de Koné.
Tres puntos después de todo no son tantos, menos en Europa, porque mientras uno se enfrenta a lo que queda de un alguna vez gigante de Europa, a un gigante de un país pequeño y a otro nuevo rico encabezado por Hulk, el otro pelea con la sensación de la Eredivisie, un eterno de la Bundesliga y un equipo querido en Suecia. Grupos semejantes para equipos dispares, pero con calidad de sobra. El Málaga tiene la oportunidad de enfrentarse a la Juve, al Bayern y al Manchester. Pero el Levante se puede enfrenar al Inter, al Liverpool o al Lyon.
Abdullah es un jeque que hizo exitoso a su equipo a billetazos, mientras que Juan es un hombre común, con habilidad para el ajedrez, que hizo a su equipo un inolvidable a punta de gran juego, gran futbol y un coraje que no se acaba nunca. Uno compró a un grandioso “PetroMálaga” mientras que otro inventó al inolvidable “Euro Levante.”

A Juan le gusta el Ajedrez y sigue siendo un gran ajedrecista, además ser ya legendario en Levante, Abdullah sigue siendo un jeque. Cuando se es jeque, es difícil ser una leyenda deportiva.

domingo, 8 de julio de 2012

Los Hermanos Mendieta.


Ataulfo San Román Mendieta tenía cinco años cuando se percató que él era único, singular, especial, extraordinario.
Cuenta la leyenda que cuando nació, todo el hospital quedó en silencio, y sólo se podía escuchar su desgarrador grito, más fuerte que el viento de la tempestad. También se decía de él que nació frío como el hielo, y que ya tenía los ojos bien abiertos cuando salió.
Claro que hay varias mentiras, pues el hospital estaba en su hora más ruidosa, y aún así se escuchó su llanto atronador. Nació más frío que el hielo, o que la nieve; pero sí nació con los ojos abiertos, los mismos que no cerraría en mucho tiempo.
Se percató de su unicidad el día que su madre se largó de la casa, sólo llevándose a Sebastián, su hermano, dejando a Ataulfo y a la pequeña Sandra al cuidado del padre de ambos. Fue un día nublado y bastante frío, Ataulfo ya sabía que el frío no le hacía nada, podía estar todos los días de Julio y Junio viendo la nieve sin que le diera ni un escalofrío, pero odiaba el calor abrasador de la Navidad. Sebastian era más propenso al frío, y por eso odiaba Julio, y amaba la calurosa Navidad.
Siempre Ataulfo y Sebastián fueron diametralmente opuestos, como el negro y el blanco. Dos caras opuestas de la misma moneda opuesta a lo demás. Sebastián era moreno y de ojos claro, mientras Ataulfo era blanco y de ojos oscuros. Sebastián era alto y Ataulfo chaparro, Ataulfo disfrutaba el café y su hermano lo odiaba, Sebastián siempre se veía sonriente y hablaba con todo mundo, mientras que su hermano sonreía cada domingo de adviento, y se llevaba mal con casi todos. Sebastián no comprendía muchas cosas, pero era más imaginativo que cualquiera, mientras que Ataulfo seguía órdenes y entendía todo, pero nació sin imaginación. Casi nadie le hacía caso a estas sutiles diferencias entre uno y otro, excepto, tal vez, su madre, quien siempre mimaba más a Sebastián, siempre le daba primero de comer a Sebastián, siempre abrazaba más a Sebastian, Siempre más de todo a Sebastián.
El día que se fue su madre, Ataulfo soñó con un gran oso viviendo dentro de un iglú, con mariposas de colores, con el vuelo de los pájaros y con ángeles secuestrados en jaulas doradas, con las alas cortadas y las miradas perdidas, todos obedeciendo al tirano dueño de sus alas.
Se despertó como siempre, antes de que llegara su madre, por pura inercia, como le habían enseñado los cinco años, diez meses y tres días de vida que tenía. Miró el techo decorado de su enorme cuarto compartido, y pensó en los sueños y en los soñadores, en aviones y en las lágrimas.
“¿De donde saldrá esa agua salada que les brota a mamá y a Sebi cuando papá les pega?” Se preguntó el niñito, sabía que más de la mitad del cuerpo humano estaba hecha a base de agua, pero el agua se sudaba, se tomaba, se orinaba, pero no se sacaba por los ojos como si la regalaran.
Ese día fue al jardín de niños, donde los demás niños lo tenían por raro, pues nunca sonreía, siempre tenía la respuesta correcta, nunca jugaba con los demás niños del salón, y era demasiado problemático y temperamental, no le podías hacer una broma sin que te soltara un buen moquetazo en el rostro.
Era mucho más inteligente que sus amigos, y sin la necesidad de aplicarse a escuchar la charlatanería de la maestra. Supo que el rojo era el rojo a los dos años, ya sabía leer perfectamente a los cuatro, aprendió a decir mamá a los seis meses, y podía escribir cualquier frase con perfecta ortografía desde su quinto cumpleaños. Sus papás y maestros le decían superdotado rebelde, pero él nunca creyó que eso fuera diferente a lo que hacía el resto del mundo, se creía normal, sólo un poco más listo que muchos de sus amigos, pero sin duda siempre habría niños más listos que él.
Pero ese día, cuando se enteró que su madre se fue, sin dejar más que una nota de papel en la mesa, y una carta para Mario San Román en el cuarto, supo que no era normal.
Vio a su padre, al mismísimo Mario San Román, derrumbarse completamente destrozado sobre una silla tras leer la carta que le dejó su esposa.
-Pero si serás tremenda hija de puta, golfa y puta –repitió entre lágrimas el padre de Ataulfo, mientras él lo veía, lo olía, y sentía pena por él.
-¿Qué dice la carta, padre? – preguntó Ataulfo, con una dicción perfecta y hielo en los ojos.
-Nada que te importe, mocoso miserable – el padre de Ataulfo se levantó de su silla, sólo para darle una tunda a su hijo mientras gritaba “¡Tremenda hija de puta! ¡Zorra hija de puta!”. Ataulfo sabía que los golpes dolían, por que conocía esa extraña sensación de dolor, como si algo dentro de él se quemara. Pero esos golpes no le dolían demasiado, se sentía tranquilo, sólo un poco incómodo, pues al día siguiente su cuerpo estaría lleno de manchas moradas.
Acabó de ser tundido, y se fue a su cuarto, que ahora estaba sólo, sin Sebastián, se sintió extraño, con una sensación de libertad que sólo te da tanto espacio, por fin podría dormir en la cama grande y jugar con la mayoría de los juguetes más bonitos de Sebastián, pues sólo se llevó sus favoritos con su madre.
Ataulfo esperó a que su padre durmiera, esperó y esperó, hasta que llegó el momento esperado y pudo entrar a ver la carta. No decía nada muy importante ni interesante. Que el amor, que no la buscara, que Sandra y Ataulfo se quedaban con él, que la confianza, que las conchas de las madres de todos. Pero hubo un detalle que le pegó más que todos. La carta le revelaba a Mario San Román que el verdadero padre de Sebastián era Arcadio Gil.
Ataulfo se sintió traicionado, engañado, como un idiota al creer ciegamente que esa señora pudiera tener algo de bueno, o que él y Sebastián podían ser completamente hermanos. Sintió fuego en su estómago como nunca lo había sentido, apretó sus pequeños y delicados puños de cinco años y luego comenzó a restregarse los ojos, ni una sola gota. Su corazón seguía latiendo igual sin ninguna alteración de esas que a Sebastián le ocurrían día sí, día también. Su corazón estaba frío, y sólo tocarse el pecho, sentía su mano más helada que el culo de un pingüino.
Así fue como se enteró que era diferente al resto del mundo, se dio cuenta que su corazón no estaba hecho de músculos y grasas, sino de hielo y hiel. Dio una carcajada mientras salía del cuarto de su padre, se juraba encontrar la manera de que todo el mundo fuera igual que él, conseguir helar el corazón de la humanidad, y así castigar y premiar a cada humano, dependiendo de que lado viera.
También, pero en sueños, juró encontrar a Sebastián, sólo para hacer su vida un martirio constante junto a su madre, era lo menos que merecían por dejarlo a su suerte con Sandra y el violento de Mario San Román.

Como Ataulfo lo presintió aquel día en que su madre lo abandonó para no regresar nunca, su vida no fue fácil, pero tampoco estuvo llena de complicaciones.
Creció en una casa rica, con todos los lujos imaginables para esos años setentas. Tenía televisión a color, teléfono en la casa, agua potable y servicio de transporte, limpieza y comida. Su padre se casó todavía otras dos veces en diez, y en cada ocasión tuvo una hija, dejando a Ataulfo sin un hermanito para jugar y decirse cosas de hombres. Pero lo peor de no tener otro hombre en la casa, eran las zarandeadas que su padre le daba tres veces a la semana, siempre que llegaba ebrio de algún lado. Las golpizas se daban en el baño, a escondidas y con violencia y dedicación casi ritual, en ellas Mario San Román descargaba contra el mayor de sus hijos todo su coraje por no tener lo que quería, por estarse yendo a la mierda junto con el mierdero país, por la traición de Dalia Mendieta, la única mujer a quien pudo amar alguna vez.
Ataulfo veía con normalidad las agresiones de su padre, las cuales no le dolían, como ya no le dolía nada de lo que pudiera hacerle nadie. Comprendía a su padre y hasta lo compadecía por compartir con los humanos esa condena que resultaba el tener un corazón de carne, que bombeaba sangre cálida a todo el organismo, un corazón de carne capaz de sentir dolor y amor. Estas palizas sólo servían para aumentar su odio por la figura materna y el hermano mayor, quien ya no estaba para soportar los golpes.
Vivió con esa rutina de los golpes hasta sus quince años, cuatro meses y once días, día en que su padre tuvo el primero de varios infartos que lo terminarían matando, y que lo mantendrían en el hospital, o bajo observación la mayor parte del tiempo. Una nueva razón para odiar a su madre. Era una mujer mala, capaz de hacer con el corazón de un hombre un punto de dolor máximo.
Ataulfo encontró en el dolor de las demás personas, un placer inusual. Acostumbraba traumar a los niños más pequeños con historias de terror, ahorcaba gatos hasta dejarlos muertos en el suelo, pateaba perros y le hacía cosas mañas a sus hermanas, como pellizcarlas, dejarlas caer de la cama, escupirles y decirles putas. Pero su mayor diversión, sin duda, era crear chismes para separar parejas. Lo descubrió a los nueve años, cuando hizo que Alejandra Márquez y Julián García, una parejita de la escuela, se separara por que él inventó que ella “le hizo un pete groso a un niño de secundaria, y también se dejó dar por el orto”. Y desde ahí había creado cuanta estafa se le ocurriera para separar relaciones estables.
Su mayor logro fue cuando los Fuentes de la Red se separaron, por que la esposa creyó que Ataulfo era un bastardo de su esposo. Comenzó diciendo esto a una niña de bachiller, y todo terminó en una separación escandalosa.
Sabía que la mentira corría más rápido que la verdad, y que la gente siempre la prefería, por ser más rica en contenido. Y eso le gustaba. Hacer sufrir a los demás era su afición número uno.
Desde el primer infarto de su padre, Ataulfo se tuvo que encargar de sus tres hermanas, en compañía de la señora Alicia, ama de llaves de la casa, y la última esposa de Mario San Román; La señora Lucero Valencia de San Román.
Lucero Valencia era una muchacha de sólo veinte años, y Mario San Román se había casado con ella dos años antes, cuando la saco de una casa de putas por una hija que esperaba. Era bastante guapa, de piel clarita y ojos verdes como el pasto en primavera, era delgada y con un trasero pronunciado y suave, como le gustaban las putas al padre de Ataulfo. Era también una mujer servicial y cordial, dueña de sí misma y de sus placeres como pocas.
Lucero Valencia siempre había infundido una especie de respeto en Ataulfo, quien no podía dejar de pensar en ella como el ejemplo claro de lo que una persona con corazón de hielo era; fría y dueña de sí, sin ninguna motivación práctica diferente a la satisfacción personal. También la forma en que siempre conseguía lo que quería en base a sus palabras y su lindura le hacían pensar a Ataulfo que debía ser la mejor madre del mundo, y envidió a Ana, su media hermana más pequeña.
Pero toda la admiración que pudo sentir por Lucero Valencia, se acrecentó el mismo día que perdió la virginidad, tomada a la fuerza por su madrastra. Fue un día soleado de diciembre, mientras Mario San Román se debatía entre la vida y la muerte, y cada una de las niñas estaba en la escuela. Ataulfo no fue por que tenía dolor de cabeza y Lucero Valencia envió una carta al colegio, indicando que su hijastro ni iría ese día, y que lo dispensaran. Ataulfo estaba más cerca de los diecisiete que de los quince, y nunca había besado a una chica, nunca se interesó por una chica, nunca se había masturbado, nunca había tomado la mano de una chica, nunca se había enamorado. Hablaba con mujeres sin pena, y sólo para lo esencial, las veía como las causantes principales del grave mal de amores, y las que hacían que los corazones de carne sufrieran exaltaciones, y las despreciaba a todas, menos a Lucero Valencia.
-He hablado al colegio para informar que no irás – le dijo mientras entraba a su cuarto y se sentaba en la cama.
-Gracias.
-Creo que hoy te espera un día muy calmado.
-Eso parece.
-Pues te equivocas – Lucero Valencia se metió entre las cobijas de Ataulfo, y le besó sus labios con pasión y gozo, algo inconcebible para una mujer con corazón de hielo. Pero Ataulfo le siguió el juego, estaba firmemente convencido que el hielo de su corazón le impediría sentir algo, pero le falló el cálculo.
La alguna vez prostituta lo desnudó y aplicó todas sus artes pasionales para despertar en el cuerpo de Ataulfo la llama del deseo, desenmascarar la verdadera identidad de su ahijado, un hombre fuerte y viril, un tigre enjaulado, esperando escapar de una vez y para siempre.
Fue un sexo violento, desgarrador, el novato sentía crecer dentro de él sensaciones inusuales y seguía órdenes con suma eficacia, mientras que la maestra se sorprendía al descubrir las capacidades indescriptibles de su pupilo, diligente, esmerado, cumplidor, pero pragmático en exceso. Se sintió complacida en el plano físico, resultó mejor de lo que esperaba. Pero también se desilusionó, esperaba conquistar el corazón de ese niño que la encaprichaba, que la enamoró desde que lo vio, que llenaba sus sueños y sus orgasmos, pero a cambio de eso, despertó a la bestia del sexo entre los pantalones de Ataulfo, quien resumió en seis palabras un secreto a voces.
-Por eso a todos les gusta – ni una sonrisa, sólo un orgasmo húmedo, duradero, y que le causó un gran placer al adolescente, pero no logró mover una sola placa de escarcha de su helado corazón.
Ahora enaltecía aún más a Lucero Valencia; alguien que aparte de disfrutar tanto de los placeres corporales, también lucraba con eso, sólo podía ser una genio helada.

Ataulfo y Lucero Valencia se convirtieron en amantes constantes, y duraron así hasta que él cumplió los dieciocho, y tuvo edad para dejar la casa paterna y largarse a estudiar medicina, donde seguramente encontraría la forma de congelar el corazón del mundo entero.
Lucero Valencia, mientras tanto, contaba deshojando una pobre rosa los días que faltaban para que su querido querubín se largara indefinidamente de la casa. Había sido su único amante, la única persona con quien rompio el voto de fidelidad hecho a Mario San Román, lo vio crecer, estudiar, conocer al mundo, y aprender miles de formas para darle placer y bdarse placer.
Los encuentros eran furtivos, aprovechando para amarse lo poco que les dejara la vida, unos minutos en la cocina, algunas horas en la cama cuando Mario San Román iba al hospital, muchas veces en la azotes. Lo más desquiciado fue hacerlo en el cuarto de costura, mientras las niñas vepian televisión. Para Lucero era algo más que sólo sexo increíblemente placentero, era entregar su corazón, su alma, su vida, dejar en claro el amor. Pero Ataulfo lo veía como lo que su pobre corazón de hielo le permitía, sólo placer físico desmedido.
Ignorante de esta situación, y convencida de que Ataulfo sólo necesitaba un ligero empujoncito por el camino del amor para darse cuenta de que estaba enamorado de su madrastra, Lucero Valencia decidió volverse loca el último día antes de que Ataulfo se fuera al extranjero a estudiar, cortesía de una beca proporcionada por la UNAM. Firmó su acta de muerte con las palabras más sinceras, estúpidas, mortales y placenteras que habría de decir nunca.
-Te amo – le dijo esa noche, tras hacer el amor, esperando una respuesta igual de parte de Ataulfo, quien sólo comenzó a reírse; su mujer de hielo había caído de su gracia, también tenía corazón de carne.
-Eso no es cierto, dime que no es cierto.
-Sí lo es, es cierto, te amo a ti como no he amado en mi vida, eras lo que siempre había buscado, déjame irme a vivir contigo, seamos felices por allá, en México, olvidémonos de todo y amémonos.
-Pero si yo no te amo, sólo garcho contigo por que me gusta, pero garcharía con otra mujer si se me ofreciera en dulce, como tú
-¿Dos años de garchar, sin hacer el amor?
-Mujer de hielo, ¿estás de broma?
-No, en serio, te ampo, y sé que vos me amas, tienes qué.
-No, Lucero Valencia, yo no amo a nadie ni a nada. Te respetaba, por que creía que eras como yo y sólo buscabas el placer a toda costa, pero veo que no.
-Te pido que te bajes de mi cama y no nos volvamos a ver hasta que tus sentimientos hayan abandonado tu estúpido corazón de carne.
-¿Pero que decís? ¡Tienes congelado el corazón!
-¿Cómo lo supiste? – Ataulfo se quedó helado y por primera vez sintió que su secreto se había revelado.
-Cuando me abrazás, todo tu cuerpo es un cubo de hielo, cuando me amás, sos un cubo de hielo.
-Que bueno que lo tengas en mente, putarraca estúpida.
-Creí que podrías amarme, creí que podría quitar el hielo de tu corazón.
-¿Una puta como tú? Jamás quitaría un copo de nieve por ti.
-Me lastimás.
-Lárgate, mañana me voy a la escuela – Lucero Valencia salió del cuarto de su hijastro-amante y comenzó a vagar por la ciudad, ya sin ánimos de vivir. Pensó que había entregado demasiado de su vida a ese estúpido muchacho que le terminó jodiendo la vida. Lloró y lloró de nuevo, sin saber que hacer, otros hombres la habían lastimado ya, pero nunca nadie le había destrozado el corazón.
-Ese pibe, tené hielo en su corazón.
Ataulfo durmió con decepción, su mujer de hielo no era más que una farsa. Pero no tenía por qué serlo siempre, comenzaría congelando el corazón primero a Lucero Valencia, y así podría tener orgasmos con ella cuando quisiera, y como quisiera.

Ataulfo pasó su primer año en la universidad con un promedio excelente, resultado de su extraordinaria capacidad de retención y entendimiento. Pero no encontró ningún libro, ninguna clase, ningún maestro que le dijera algo sobre su corazón helado y como podía transformarlo. Encontró a muchas chicas con las que tuvo relaciones por varios días, sólo hasta que aparecía una nueva y se iba sin dejar una sola marca. Así regresó a Argentina, frustrado e infeliz.
Cuando llegó, se encontró con sus hermanas y Lucero Valencia en el aeropuerto. Todas estaban igual que cuando las dejó, excepto por Lucero, quien ya no era tan hermosa, su piel se había vuelto dura, sus ojos se habían apagado, su cabello perdió color y tenía un collarín bastante antiestético en el cuello.
-Los doctores dicen que es por el cáncer – le dijo Lucero Valencia a Ataulfo cuando estuvieron a solas –, pero a mí no me engañan.
-¿Qué te pasa entonces, vieja?
-Que me dio el desamor.
-No llevo ni un día acá, ¿y vos ya empezás con tus sandeces?
-Que no son sandeces, mi sol, sin ti no vivo más, pues la vida que no es contigo, no se merece vivir.
-Dejate de joder, si no querés garchar, fuera de mi cuarto, que vos no sos la única, allá en México son tan putas que me la han aplicado tres al mismo tiempo.
-Seguís con el corazón helado – Lucero Valencia se resignó a lo inevitable y salió del cuarto de su aún hijastro, con toda la intención de ponerle fin al suplicio que le había traído el maldito muchacho.
Se tardó dos semanas en encontrar la manera, y dos días en planear su escape de las garras malévolas de Ataulfo, pero cuando lo logró, nada en el mundo pudo revertir su decisión. Le dispararía a Ataulfo, y luego se dispararía, para que al menos tuviera la certeza de que murió en sus manos.
Llegó el fatídico miércoles en que su suicidio se llevaría a cabo. Dejó una carta en el cuarto de Ataulfo, pidiéndole reunirse para tener un buen último polvo. Eso sería infalible. Sacó de entre las cosas de Mario San Román una vieja Colt 45, la cargó y la llevó consigo al punto de reunión; el cuarto de escobas.
Ataulfo encontró la carta, salió y se reunió con Lucero Valencia, quien se veía más deseable que nunca, con su nueva falda negra llena de encajes, especial para la ocasión, también llevaba una blusa negra y medias de nylon. Lucero le hizo el amor a Ataulfo como una loca frenética, sabiendo que sería la última vez que haría el amor con alguien. Probó cada posición que conocía, cada movimiento, buscó el punto G, pero no lo encontró. Ataulfo lo hizo como siempre, con una mezcla de diversión y placer que lo hacían un amante único en el mundo, frío y erecto hasta el infinito.
Lucero Valencia terminó tres veces antes de efectuar de una vez el maldito plan. Ni siquiera se vistió o dejó que Ataulfo lo hiciera.
-Tengo una sorpresa para ti.
-Dejate de cursilerías, que sólo vine para garcharte.
-Créeme que esto no es nada cursi – sacó la Colt de entre sus cosas y la apuntó directamente al corazón de Ataulfo.
-¡¿PERO QUÉ HACÉS?!
-Si yo no tengo tu corazón, nadie lo tendrá, mi sol, nadie – Lucero Valencia quitó el seguro, y en ese momento una luz apareció de la nada, una luz blanca, que sólo Ataulfo pudo ver, del rayo de luz apareció una figura muy extraña. Era un hombre alto, lleno de tatuajes y rapado, vestía una túnica blanca y llevaba en la espalda unas brillantes alas negras.
“Parece que estás muerto, ¿verdad?” escuchó Ataulfo en su cabeza.
-¿Quién sos vos? – preguntó Ataulfo al ángel.
-La Boluda que se enamoró de ti, y la que te va a llevar a la tumba.
“Soy un ángel de la muerte, y he venido a llevarte”
-Yo no me quiero ir, aún tengo mucho que hacer en esta vida.
-Lástima, mi querido, pero ya es tarde para arrepentirse.
“Lo sé, por eso estoy aquí, te ofrezco un trato, pero tienes que cerrar la boca, que en tus pensamientos te oigo bien”
-Es una lástima que todo tenga que terminar así entre nosotros, pero te amo, y te necesito… – Ataulfo volteó a ver al ángel, asintió y dejó de escuchar toda la sarta de estupideces que Lucero Valencia le tenía que decir.
“Sácame de esta, ángel” pensó Ataulfo y el ángel sonrió antes de ponerse a su izquierda y susurrarle al oído.
“Si te saco de esta, te va a costar mucho más de lo que imaginas, no creas que es un favor fácil. En este momento, tú ya estás en las filas de los muertos, te están esperando para cruzar las puertas del infierno”
“¿Qué necesitas? Te puedo dar lo que querás, mi alma si es necesario.”
“A quien quieres engañar, tú no tienes alma. Pero tu corazón de hielo es interesante, me vendría bien para dárselo al jefe”
“¿De que hablás? Ese es mío, la única razón por la que vivo”
“Te cambio tu corazón de hielo por tu vida nueva”
“Ni hablar, es lo único que me da vida”
“Entonces, te toca morir, ché”
“Esperá, creo que todo es negociable, y te puedo ofrecer un mejor trato.”
“Soy todo oídos.”
“Vos querés mi corazón, y yo quiero vivir para poder congelar el corazón de todos. Que tal si hacemos un equipo”
“Lo siento, yo no hago tratos. Tu corazón o tu muerte”
Ataulfo lo masticó un poco, no tenía mucho sentido vivir sin un corazón de hielo, pero tampoco morir por no querer entregarlo.
“Si no queda más remedio, llévate mi corazón”
“Trato hecho”- el ángel metió su mano divina en el pecho de Ataulfo, y la sacó poco después, con un corazón hecho en su totalidad de hielo y escarcha.
“Vaya, si tienes un corazón de hielo” – dijo el ángel antes de chascar los dedos y desaparecer junto con esa luz brillante misteriosa.
-¡Espera, hijo de puto, me tenés que salvar la vida!
-De esta sólo te salva que me ames – le dijo Lucero Valencia a Ataulfo, y este la vio, y sintió su corazón latir acelerado, lleno de calor, con miedo, y tal vez, con amor.
-Te amo – dijo entre la confusión.
-Sí, claro, cuando te conviene.
-No, es en serio, tocá – Ataulfo dejó que Lucero Valencia le tocara el pecho, y ella de inmediato notó algo diferente.
-Está calientito.
-Es por que vos le quitaste la escarcha a mi corazón.
-Yo viví años sólo para escuchar esas palabras.
-Pues ahí las tienes, le quitaste la escarcha a mi corazón de hielo.
-Te amo, mi cielo – Lucero Valencia abrazó a Ataulfo con amor, y éste le devolvió el abrazo, sintió su corazón latir cálido, y se sintió mal por engañar a la pobre mujer. Abrió la palma de su mano, y encontró las dos plumas que le había robado a las alas del ángel de la muerte.
-Tú no te me escapas – dijo entre dientes.
-No lo haré nunca – le respondió Lucero Valencia, sin saber a que se refería su amor.

sábado, 2 de junio de 2012

La Relación Idílica de Arcadio y Dalia


Arcadio Gil Franco conoció a Dalia Mendieta de los Santos de San Román por accidente, sin quererlo realmente, en un parque de Tucumán, Argentina, que ambos visitaron con sus respectivas parejas. Arcadio iba bien acompañado por Anastasia Córdoba, y Dalia iba de la mano de Don Mario San Román y Cuenca Segundo, un descendiente de la familia más rica de Buenos Aires. Se conocieron gracias a alguna magia del Espíritu Santo, y supieron que nunca más querrían estar con otra persona
Arcadio era un pobre carpintero quien tenía que trabajar haciendo juguetes para los niños en una de las primeras fábricas que habían llegado a La Plata. Era el tercero de ocho hijos, y apenas había acabado la secundaria antes de entrar a trabajar para solventar los gastos de la casa de sus padres, posteriormente, la suya. Aún mandaba los doce de cada mes, una contribución pequeña para las personas que le dieron la vida. Vivía en una villa miseria con sus suegros, su cuñada y su esposa Anastasia. Ella era infértil, pero todos le echaban la culpa de la falta de hijos a él y su buen seso para no andar trayendo criaturas indebidas a la ciudad.
Dalia era la mayor de los Mendieta de los Santos, y sólo tenía tres hermanos varones. Era una niña que creció rica y ajena al mundo de pobreza que se vivía tras los muros de su castillo de cristal. Se prometió con Don Mario a los diecinueve años, para casarse antes de los veinte, en una boda que rodó por toda la prensa nacional, y fue conocida como “LA BODA TREPIDANTE DEL SEÑOR SAN ROMÁN”, dada la alharaca tan grande que generó. Llevaban cinco meses de matrimonio, y aún no estaba en cinta la señora de San Román, quien aprendió en las escuelas de señoritas a vestirse bien, a oler bien, a dormir bien, a cocinar bien, a tener siempre una buena sonrisa para brindar al esposo. Aprendió también las más de cien maneras de utilizar su cuerpo para dar placer al hombre de la casa en otra escuela de “señoritas”, pero nunca imaginó que sus mayores aprendizajes serían fuera de cualquier recinto escolar, bajo el techo estrellado de la ciudad de Rosario, a lado de un fabricante de juguetes.
El día en que se conocieron, estaba cayendo una llovizna de lo más extraña, pues el sol brillaba en todo su esplendor y no se divisaban bastantes nubes en el cielo, había un arco iris dibujado en el cielo azul e incluso se podían apreciar varias aves volando en el cielo.
Ella estaba sentada en una linda silla dorada del café de Los Insurgentes, bebiendo un buen mate con su esposo, mientras charlaba con los ricos de la zona sobre por qué los pobres estaban acabando con Argentina. Estaba muy aburrida, sonriendo sólo por compromiso, examinando las inscripciones que dejaban las hierbas del mate en su matera.
Arcadio, por su parte, caminaba felizmente con su esposa a lado, acababan de comprar un helado de limón para ella y uno de rompope para él, lo lengüeteaban alegremente y se reían de los pobres ricos, quienes nunca podrían disfrutar de lo bueno que era tomarse un helado con toda la tranquilidad de La Pampa. Él volteó sólo un instante, el cual sería eterno dentro del brillo espectacular de los ojos de avellana de Dalia. Ella también se perdió en la profundidad de los ojos negros de Arcadio, tan hondos, tan oscuros, tan llenos de vida, tan excitantes, tan diferentes.
Con una mirada llena de deseo y encanto se conocieron; este evento afortunado no duró más de cinco segundos, pero habrían de recordarlo el resto de sus vidas.
-¿Qué te pasa, ché? – le preguntó Anastasia a Arcadio cuando lo vio tan distraído.
-Nada, lunita, que la lechuza se me detuvo a comer por un segundo.
-Vos y tu lechuza.
-Vos y tu cintura – la tomó por la cintura y le besó el cuello, y mientras lo hacía, ya se preguntaba a que sabría el cuello de la hermosura del vestido azul que tomaba mate en una cafetería de ricos.

Arcadio y Dalia no se pudieron sacar de la cabeza el uno al otro, ella todavía soñaba con esos ojos negros que la incitaban a vivir de una manera diferente, mientras él quería volar en las alas invisibles del ángel que el destino tuvo a bien presentarle.
Comenzaron a verse fortuitamente cuando un lunes él pasaba “´por ninguna razón aparente” por la villa rica de Buenos Aires después de salir temprano del trabajo. Sabía que sólo alguien adinerado era capaz de tomar mate en una cafetería del centro, y la razón de su insomnio no podía estar lejos. Efectivamente, Dalia pasó caminando del brazo de su esposo a los pocos minutos de caminata de Arcadio.
-Tú, wachiturro, ¿qué te crees que hacés aquí? Andá al laburo que los jefes te van a zurrar – le gritó Mario San Román, Arcadio se limitó a sonreír y decir con voz clara y fuerte.
-Lo lamento, Ché, pero si se tiene que echar a andar la Lechuza, se tiene que echar a andar – Dalia comenzó a reírse levemente, mientras que Mario San Román se sonrojó y la soltó.
-¿Qué me decís, boludo? Vos has de querer que llame a la montada
-Que va, lo que yo quiero es que se montén pero a la Virgen del río.
-Dejalo, querido, recordá que te ponés colorado si te enojás.
-Tienes suerte que venga mi mujer, donde te vuelva a ver te pongo una joda que regresas a la concha de tu madre.
-Cuando guste y donde guste, yo siempre laburo en La Plata y salgo a las seis de la fábrica de sueño – esto lo dijo Arcadio con un doble sentido, para que Dalia lo fuera a buscar cuando pudiera.
Pasaron tres meses sin que Arcadio fuera a Buenos Aires o Dalia a La Plata, ya era Agosto y él comenzaba a perder la fe. Hasta que un día la vio fuera de la fábrica, con el mismo vestido azul con que la vio la primera vez.
-Lo que hizo usted con mi marido fue una falta de respeto atroz.
-Le pido perdón, mi señorita, pero reconozca que su señor esposo me provocó primero.
-No he terminado.
-Dispense.
-Pero lo que estoy a punto de hacer yo, es todavía peor.
-¿Que está sugiriendo?
-No se haga el pelotudo, si sabe bien a lo que me refiero.
-Pero en sus dulces labios, las palabras suenan como un concierto de Gardel – Dalia sonrió y le dio una nota de papel perfumada, ésta tenía instrucciones detalladas de cómo y donde sería su próximo encuentro. Estaba pactado para el día siguiente a las siete, en un bar muy escondido de Rosario.
-¿Por qué hasta Rosario, mi señora?
-Por que en Rosario no se cantan las traiciones – y con esas palabras se fue hasta su carro privado, donde el chofer ya la esperaba, listo para irse.
Comenzaron a verse en el pequeño bar de Rosario todas las semanas, los jueves por la tarde, dos horas de copas, de risas, de anécdotas y de despedidas. Él le enseñó en pocos pasos la vida tan cruel y ruda que se vivía en las calles cuando tu apellido tenía menos de doce letras, le enseñó a escarbar, a patear la pelota, a beber por la garganta, a ser rebelde, a gritar, a soñar con barquitos de papel, gatos y familia; pero sobre todo, le enseñó a vivir, sin importar el mañana.
-Que si amanezco muerto, quiero decirle a San Pedro “Cabrón, te llevaste a un pibe vivido” – era su frase predilecta.
Por su parte, Dalia le enseñó a vestirse y peinarse mejor, a mascar tabaco con elegancia, a beber con la lengua, a sonreír cuando las cosas se ponían difíciles y a enamorarse sin sentido.
Se adoraban, se necesitaban, era claro que se derretían el uno por el otro, pero nadie se atrevía a ser infiel y dejar en los labios del otro el dulce sabor del engaño. Nadie, hasta Octubre, cuando ella llegó, y antes de saludar, ya había terminado con media botella del mejor whisky del bar.
-Tengo que decirle algo a vos, señorito carpintero.
-Pues vos lo debés de soltar, señorita riquilla.
-No sé si es que mi marido se traga la concha de otra, o que el alcohol me pone en pedo, o tal vez, hasta lo quiero.
-¿A dónde va, mi señorita?
-Que si ya andamos haciendo pavadas, pues a hacerlas bien.
-¿Qué proponés?
-Sigueme, que esta noche las estrellas na´más salen de nuestro colchón – salieron del bar, medio ebrios y medio confusos, pero bastante enamorados y conscientes para saber lo que pronto harían.
Se hicieron el amor con la bestialidad de dos leones, pero con la delicadeza de músicos, y fue un amor pleno, inolvidable, insólito, prohibido, excitante, único. Él nunca había sentido tantos nervios ni había estado tan perceptivo, mientras que ella llegó a nuevos rangos en su escala de orgasmos. Lo hicieron por horas, en una cama pequeña de un hotel barato, hecho especialmente para esas ocasiones. Durmieron cada quien en los brazos de la otra persona, llenos de amor, conectados como nunca y como siempre, como dos almas destinadas a unir sus cuerpos en algún momento.
Cuando despertaron, ninguno se asustó o intimidó, era como si se conocieran de toda la vida.
-Yo nací para vos – le dijo ella a él.
-Y yo para vos – le respondió él, se dieron un beso y todavía jugaron un poco a las caricias en la cama, antes de vestirse e irse cada quien a sus respectivas casas, para inventar una mentira más en una lista que incluía juntas, reuniones de póker, horas extras y visitas al doctor.

 Dalia se tardó una semana en notarlo, y dos meses en ir con la noticia a los brazos de Arcadio.
-Estoy preñada, y es tuyo – le soltó una noche tras hacer el amor en un hotel nuevo. La pareja había agarrado la costumbre de verse dos veces a la semana, y siempre en un hotel diferente de Rosario, siempre ser salvajes y delicados, y sólo entregarse, sin muchos preámbulos, sin nada más que su piel y sus caricias para aumentar el ya de por si implacable fuego que ardía entre ellos.
-Pero ¿cómo puede ser? Si en tres años no le he dado a mi mujer más que los gritos.
-Tal vez tu mujer esté mala.
-O tal vez el hijo sea de San Román.
-Es imposible, este hijo es producto del amor, se puede sentir en su calor. Un hijo de San Román me helaría hasta el peinado.
-¿Cómo lo sabés?
-Soy mujer, nosotras lo sabemos, ché.
-¿Qué querés? ¿Qué nos fuguemos hasta donde no haya ni buenos ni aires? ¿Qué nos la vivamos en Jujuy o en Tucumán?
-Yo te quiero a vos.
-Pero vos sos una Mendieta de los Santos, y yo un simple Gil, eso sólo pasa en novelas y en tangos.
-Pues escribamos nuestro propio tango.
-El tango del cuerno.
-El tango del amor.
-El tango pelotudo.
-El tango enamorado.
-El tango de los que joden.
-El tango de los que aman.
-Y resulta que en los colegios de pibas, también te enseñaron a replicar.
-Me enseñaron de rimas, la réplica te la debo a vos.
-Vos serás mi perdición, mi puñetera perdición.
-Y vos la mía.
-Pero sos mi salvación, mi puñetera única salvación.
-Y vos lo sos de mí.
-¿Cuándo nos hemos de escapar a escribir tangos?
-En dos años, para que tengás tiempo de buscar algo tranquilo, tal vez en Paraguay.
-Mejor en Venezuela.
-¿Qué hay de México?
-O en Nueva Zelanda.
-Andá a buscar donde vos querás, corazón, que a donde me lleves, yo voy contigo.
-¿Seguiremos amándonos así, aún cuando nos la vivamos entre puertos?
-Aunque me hicieras vivir entre Canallas.
-Vos sos lo único que amo.
-Hay dos cosas que amo, y una sos vos.
-¿Cuál es la otra?
-Si serás boludo, tu hijo, nuestro hijo.
-Soná tan lindo, repitelo.
-Nuestro hijo – se sonrieron, se besaron y fueron a dormir, pensando en lo infinitamente bello del futuro que les esperaba.

El primer hijo de Arcadio y Dalia nació bajo el nombre de Sebastián San Román Mendieta de lo Santos. Decidieron conservar el apellido San Román para la criatura, ya que éste le garantizaría un futuro más promisorio que el Gil. Vino al mundo apenas unos días antes de que fuera Navidad; 23 de Diciembre de 1963, y de inmediato fue llevado a una incubadora.
Los doctores, Dalia y las enfermeras estaban de acuerdo en que había sido uno de los mejores partos que les había tocado presenciar. El niño llegó al mundo sin complicaciones en el parto, son buena salud, peso ideal, y son llorar en demasía, fue demasiado fácil para Dalia, quien imaginó que sería la mar de doloroso, y en vez de eso, sólo sintió un dolor moderado en el vientre, y luego un vacío.
 -Es normal, su vientre ya extraña al niño, se ve que va a ser maravilloso – le dijo el Doctor cuando Dalia decidió contarle sus síntomas. Ella se lo contó a Arcadio, quien no pudo evitar una risita nerviosa.
-Es que es el hijo del amor.
Pasaron los meses, y cada día estaba más cerca el momento en que Arcadio y Dalia escaparan junto con Sebastián hasta donde ni Dios todopoderoso los pudiera encontrar, habían pactado la fecha, y sólo faltaban un par de días para la escapada. Pero no contaban con la interferencia de Augusto Mendieta de los Santos, el hermano de Dalia.
Augusto paseaba por Rosario un desafortunado día, aburrido ya de todos los bares de Buenos Aires, decidió ir a Rosario a tomarse algo, encontró el bar más escondido y solitario de la ciudad, y ahí pidió tequila. Se sentó en una mesa del fondo, y entonces vio a su hermana, con su hijo de seis meses en los brazos, acompañada de un hombre claramente pobre. Decidió esconderse, sin decir nada, se hizo invisible hasta que los vio partir, los siguió con la mirada, hasta que se perdieron y entonces alzó la vista al cielo, rogándole a cualquier dios cercano que le ayudara.
-Dios, no permitas que mi hermana lo pierda todo por culpa de la concha que le heredo su madre.
Siguió espiándolos durantes meses, analizando su patrón de juego, sus miradas, sus besos. Sabía que tenía en sus manos la oportunidad de salvar el corazón de su amada hermanita de las garras crueles del infierno, pero no sabía como lograrlo sin parecer un chivo y tener que explicar que hacía en Rosario, cuando debía estar trabajando.
Tardó dos meses de estudio en lograr su plan infalible; San Román se enteraría del chisme y asesinaría a Arcadio.
El plan no era muy complejo, pero Augusto se ufanó siempre de su buen juicio. Haría llegar una carta anónima, firmada por una mujer, la carta diría que lo esperaba en un buen bar de Rosario para después largarse a un hotel donde el “padre” de Sebastián descansaría del estrés de tener un hijo.
La carta llegó justo dos días antes de la fecha límite del plan de escape, y Mario San Román no pensó dos veces antes de salir a conocer a la misteriosa mujer que le devoraría el alma en pasiones. Se arregló y salió de la casa, sabiendo que su mujer no llegaría temprano, pues había ido a La Plata con unas amigas y sólo regresaría hasta el día siguiente. Llegó puntual a la cita, y sus ojos lo llenaron de furia cuando vio a su mujer besando al Wachiturro que lo había retado en su propia calle.
-¡Pero si serás puta! – le gritó San Román a su esposa antes de derrumbar a Arcadio y patearlo con fiereza.
-¡Pará, Mario! – gritó su mujer, pero él no hizo caso y sólo la empujo con violencia.
-Mira que dejarme por un pelotudo así, te vas a enterar, hijo de puta – lo levantó sólo para darle una tunda aún más violenta. Arcado no podía defenderse, San Román le había quebrado un brazo desde que lo derrumbó, dejándolo inmovilizado por completo, trató de patear a su agresor, pero fue inútil, necesitó que medio bar detuviera la violencia incesante emanada del cuerpo del millonario.
-Vos te venís conmigo – le ordenó San Román a su esposa.
-No quiero.
-No te atrevas a hacerme enojar, no ahora.
-No quiero ir contigo nunca más, no quiero saber nada de ti.
-Mirá, estúpida – abrazó a Dalia por el cuello y le dijo en voz tan baja, que sólo ella y él lo pudieron escuchar –, ese ché por el que te ponés toda loca, es hombre muerto, sí o sí, la única forma en que viva, es que te vengás conmigo, me pongás la pija como un mango, la chupés, y te la metás en toda la concha hasta que me quede en sangre.
>>Así que escoge, mi reina.
-Sos un tremendo pelotudo.
-Y vos sos más puta que la María de Egipto, pero aquí no estamos para juzgar, estamos para joder – Dalia salió con su esposo a un lado. Alcanzó a voltear para ver a Arcadio, lastimado, con los ojos enamorados puestos en ella.
-¡Dalia, que yo te amo, carajo! – alcanzó a gritar Arcadio antes de que su amada fuera aventada en un carro negro, el cual se la llevaría para nunca más volver.
Dalia cumplió con su parte del trato, y salió embarazada de esa noche tan horrible, en la que el placer no estuvo presente, mucho menos la felicidad. Pasaron los nueve meses con frío en el vientre, un frío que no sólo helaba el peinado, si no hasta la peineta. Nunca tuvo noticias de Arcadio, ni de nadie, San Román y ella se mudaron hasta lo más recóndito de Mendoza, no la dejó salir a ningún lado, la tenía vigilada todo el día y toda la noche.
-Yo no entiendo por que vos sí te vas de putas.
-Por que yo, mi reina, soy tu puto dueño.
El segundo hijo de Dalia, y el primero (reconocido) de Mario San Román, nació en una forma diametralmente opuesta a Sebastián; fue un nacimiento oscuro, doloroso, lleno de nervios, de traumas. Dalia sufrió, pero ahora en serio, como si su cuerpo no quisiera volver a estar unido otra vez.
-Es lo normal, la segunda siempre es la peor – le dijo el mismo doctor que trajo al mundo a Sebastián, pero con un tono mucho más lúgubre y mentiroso.
El primer hijo de Mario San Román y Dalia Mendieta de los Santos fue bautizado con el nombre de Mario Ataulfo San Román Mendieta de los Santos, nació bajo de peso, con dificultades para respirar, y con odio y rencor en su mirada.
-Aquí no ha nacido un niño, ha venido el mismísimo demonio – le contaría la partera Jimena Amione a su compañera, mientras ambas iban de camino a su casa.
-Te equivocás Jimena, como siempre, lo que aquí ha venido no es demonio ni es niño, es el odio en persona.

Arcadio y su familia se tuvieron que mudar para evitar a los matones de San Román, que estaban dispuesto a todo para acabar con su vida. Fue a Río Negro, a Jujuy, a Tucumán, y a cualquier lugar donde le dieran trabajo, era difícil darle trabajo a un pobre carpintero, y lo que conseguía era temporal. Pasaba la mayor parte de su tiempo soñando con Dalia, con sus besos, sus caricias, sus senos, sus sueños, la lloraba, la recordaba, la dibujaba, la escribía, la sufría. Nunca quiso dejarla de pensar, y siempre se preguntaba si ella pensaba lo mismo.
Dalia lo pensaba aún más, y lo buscaba en cada rincón de Argentina que San Román no le negaba. Tanto lo recordaba, que siempre prefirió a Sebastián por encima de Ataulfo, siempre fue primero Sebastián y luego Ataulfo. San Román los despreciaba a los dos por igual, por eso nunca se dio cuenta de que uno no era su hijo. Incluso cuando nació Sandra, dos años y medio después que Ataulfo, San Román no la conoció hasta después de un mes, y tampoco le importaba demasiado.
Cuando Sebastián cumplió cuatro años, llegó a oídos de Dalia una noticia que le desgarraría el corazón. Primero se negó a creerla, pero después la encontró en el periódico, y supo que todo había acabado. Lloró tres días y cuatro noches, hasta que San Román por fin le preguntó.
-¿Que tenés vos, mujer? Parece que te hubieran matado la sonrisa.
-La que han matado es mi felicidad, viejo.
-¿Qué pasó?
-Lo que tenía que pasar – Dalia buscó entre sus periódicos la nota y se la entregó. Era el periódico de Rosario. Había una foto con un hombre colgado por el cuello. La nota decía: “Arcadio Gil fue encontrado muerto en su departamento el día de hoy a las seis de la tarde: El suicidio ocurrió por razones que el difunto explica en una nota “Si en vida no te puedo amar, tal vez en muerte te pueda encontrar” junto con una lista de pésames para sus familiares…”
-Que boba, yo creía que era algo importante.
-Es más importante que tus gallos y tus días, él sí era un hombre, no como vos.
-Yo tengo de hombre en un pierna lo que ese en todo el cuerpo.
-Eso quisieras vos – Dalia se levantó y entró a su cuarto, donde lloró aún más.


jueves, 21 de julio de 2011

La Balada del Caballo y el Perro.

Hace muchos años había una granja, en esa granja convivían gallos, patos, gallinas, caballos y gatos. La estrella del lugar era un caballo blanco y hermoso, joven y fuerte llamado Azúcar. Él era muy orgulloso y era la bestia favorita del granjero, paseaban juntos siempre; él lo bañaba y Azúcar lo dejaba subir a su lomo, paseaban hasta que el sol se escondía y luego el granjero siempre tenía un cuento nuevo para contarle a su corcel.
Un día el granjero salío para la ciudad y no regresó en un buen rato, Azúcar comenzó a temer lo peor, se sentía nervioso y no dejaba a nadie subir en su lomo, estaba muy frío, malhumorado e incluso bajó de peso y su pelaje dejó de ser brilloso. Hasta que regresó el granjero y lo abrazó como se abraza a la mujer amada, cabalgaron juntos y hubo cuentos de nuevo.
Pero ese día también pasó algo nuevo en la granja, algo que nadie contemplaba. apareció un perro viejo y bonito, un huskey siberiano lo suficientemente perdido para aparecerse en el establo, era gris y de ojos negros, nariz respingada y tenía una pequeña pata rota. Apareció en el establo de Azúcar y se presentó. El caballo aceptó dejarlo dormir en la basura mientras no hiciera mucho ruido, el perro agradecido se durmió con una sonrisa en la cara.
 El perro durmió muy incómodo, pero feliz de tener un techo esa noche. Amaneció y el perro salió caminando antes de que despertara el caballo. "Ese perro raro se fue, bueno, es hora de cabalgar" El caballo esperó al granjero para salir a pasear y se abrazado por él. Pasó una hora yu pasaron dos, cuando pasaron tres el caballo salió por sí solo, lleno de miedo, y ahí estaba el granjero, se veía feliz y un poco desgarbado, aún así abrazó al caballo y pasearon un rato.
El perro volvió esa noche y el caballo mantuvo su increíble ganga de dormir en la basura junto a la tabla a punto de vencerse. A la mañana siguiente, el perro ya no estaba. El granjero llegó a tiempo y Azúcar lo disfrutó mucho.
Pasaron unos meses, y el perro seguía viviendo con el caballo para dormir, nunca se hablaban, nunca se decían nada, sólo llegaba uno y se dormía en la basura, mientras el otro tenía toda la paja y todo el heno para él.
El granjero también había cambiado su forma de se un poco, ya no pasaba tanto tiempo con Azúcar ahora tenía que ir a estudiar a la ciudad y siempre se iba en el carro de la familia, a veces llegaba tarde y sólo pasaba a dejarle a Azúcar su comida, ya no había cuentos a diario ni carreras, ahora el granjero tenía una nueva vocación, una nueva vida, y el caballo debía respetarlo. Pero Azúcar estaba intranquilo, se sentía triste y malquerido, ya no se sentía apreciado por su amo, y ahora se hacía el digno, ya no corría como antes, ya no lo acompañaba a todos lados.
Un día Ruffo llegó en la noche y vió intranquilidad en el semblante del equino, antes feliz.
-¿Que tienes amigo, te puedo ayudar en algo?
-Nada que te importe, tú eres un perro callejero, nunca has tenido amo.
-Te equivocas, yo tengo un amo, un amo feliz y contento allá en la ciudad, que me mima y me da de comer, a veces corremos y paseamos, es genial, yo nunca había sido querido por nadie, todos me hacían el feo, pero él es diferente, me quiere, me abraza y me lanza la pelota; juega conmigo y siempre me sonríe.
-¿Por que vienes a dormir todas las nioches aquí, si ya tienes amo, por que aceptas dormir entre la basura si tienes una casa a donde llegar?
-Por que tiene una familia y mascotas y una casa y no puede tener perros, por que ya tiene demasiados animales, entonces soy un secreto, sólo somos él y yo, y nadie más.
-Entonces ¿Es tu dueño pero no puede tenerte?
-Claro, tampoco es que tenga mucho tiempo, siempre estamos a escondidas, por que su familia detesta a los perros. Nunca ha tenido un perro, siempre me dice que soy único, la última mascota diferente del mundo.
-Eso es ilógico, ¿por que sigues estando con ese amo si lo ves a medias y de manera prohibida? ¿No sería más fácil conseguirte otra familia? Eres un perro bonito.
-Yo lo sé, muchas gracias. No sabría decirte, sólo sé que con él me siento único, especial y mágico, no hay nada que pueda evitar que esté junto a él. No quiero otro dueño, también eso me dijeron mis hermanos y otros perros callejeros cuando les conté sobre el chico, pero yo así soy, muy leal y fiel, mientras estemos juntos, todo será posible.
-Pero tiene otras mascotas, ¿eso no te enfurece? mi amo va a la escuela y si yo me enterara que tuviera otra mascota favorita, lo tiro a media corrida
-No te diré que me pone celoso que tenga tantos animales, pero yo sé que no los quiere, sólo juega con ellos, pero no se deja abrazar y tampoco los quiere mucho, a final de cuentas, son mascotas de la familia. Él sólo tiene una mascota. A quien quiere, su animal favorito, el que estuvo con él en los peores momentos y ahora no puede abandonar, lo adora y la gusta pasar tiempo con su mascota, es aceptado por su familia y yo ni siquiera paso de un simple perro callejero. Es lógico, ¿Quien en su sano juicio cambiaría un hermoso corcel blanco por un pobre perro callejero?
-¿Que dices?
-Que la mascota de mi amo es un caballo blanco... creo que se llama Azúcar. No lo piensa dejar por mí, pero yo me empeñaré hasta mi último ladrido en que me quiera como lo quiere a ékl, y mucho más, lo estoy consiguiendo.
>>¿A ti que te pasa, Amigo caballo?
-Nada, Un Odioso Perro me Roba mi Oxígeno, a mi amo y mis cuentos.
-Ahora que lo dices, mi Amo También me Cuenta Cuento - el perro salió del establo y no regresó.
A la mañana siguiente el granjero fue aplastado por el caballo, quien le cayó encima y le rompió la cara, lo dejó inconciente y se fue. El perro y sus aullidos salvaron al niño. La Familia acpetó al perro, el niño todavía no camina pero puede contar cuentos.
Nadie sabe nada del caballo loco

viernes, 8 de julio de 2011

Ahhhhh que su Madre!!

Es la primera que nos recibe en este mundo, nuestra primera inspiración, la mala del cuento, la que nos hace odiarla hasta el tuétano… No importa como sea, es la primera mujer de nuestras vidas, nunca pasa desapercibida y nos marca eternamente. Ya sea adoptiva o natural, la madre siempre está ahí cuando nos caemos para levantarnos y cuando lo volvemos a hacer, para decirnos que eso no se hace. Nos soportan terquedades y aplauden nuestros éxitos como si fueran suyos. No Cabe duda que la Madre es la base de la cultura mexicana y quien no lo quiera ver así, pues que lo lea aquí.
Donde antes había flores hoy aparecen macetas viejas con cucarachas, donde debería haber un conejo rebosante de vida hay un pájaro muerto y lo dulce se torna amargo mientras la necedad se eleva a la razón; cuando los caprichos se hacen más violentas y grandes que las METAS, Ahí debería estar la madre, excepto cuando el hijo se pasa de hijo de la chingada. Es en esos momentos en los que más se magnifica y se valora la figura de la madre, tal vez cuando ya no vale de nada, cuando se es huérfano.
Cuando la cabeza del hijo vuela sobre no se sabe donde y la madre ya intentó todo, es cuando se podría decidir cortar por lo sano en lugar de crear en torno a la figura materna un cerco impenetrable de frío y desprecio. Por que a pesar de toda su bondad, una madre también puede guardar rencor, también aprende a sentir furia, igual que cualquier ser humano, no puede evitar sentirse ignorada y tragarse su orgullo por siempre, y no hay peor cosa que una madre explotando con el orgullo destrozado por uno de sus hijos. Por desobediencia, por descaro o por omisión, las madres saben agarrar con el látigo del desprecio a su hijo, y no hay peor cosa que eso, nada nos hace sufrir más que una mirada fría en lo ojos de aquella a quien debemos la vida y quien alguna vez nos celebró éxitos y nos abrazó con cariño, Y Ahora felicita y castiga a su otro hijo por errores de uno.
Perder a una madre es como perder una parte del cuerpo, preferirías perder ambas piernas a perder a quien te ayudó a andar
Muchos nunca aprenden  una lección Vital, a la Madre no se le toca, la Madre es Estricta, Fría y Firme y cuando te vas a la chingada, te quedas ahí hasta que por un mérito extraordinario muestres que eres mejor y podrían pasar una vida sin hacerlo, pero otros pueden hacerlo y rectificar el camino, los menos, los más extraordinarios, y la madre lo sabrá, por que se habla, y se habla mucho.
¿Por que fallaría un hijo? Por cientos de razones, por querer demostrar al mundo que están equivocados, que sólo él tiene la razón y los demás son una bola de pendejos… la vida sigue girando y la mayoría de los hijos que se despiden románticamente de su madre por algo “mejor” regresan tras las faldas de ella sin otra cosa que un perdón y por favor quiéreme, el cual sigue siendo una puta utopía de una mente chaqueta.
En el cielo el sol se va eclipsando Y convierte en noche sin luna el rumbo, el Sol se Aleja seducido por otro astro que brilla con más luz que este planeta, y cuando el sol se oculte, no tendremos el consuelo de la luna, más bien la risa clara de “te quemaste, hijo de pu…” cuidado con esa boca, que a mi Madre la defiendo.
No importa donde esté, lo que importa es que la quiero; no importa que piense, lo que importa es que lo lamento; No me importa que me olvide, lo importante es que la extraño. A La Madre con cariño, con Humildad y con Respeto le digo que sí, lo Siento. Sé que es tarde para rectificar pero aquí siempre estaré esperando una sonrisa y el regreso de un abrazo al que renuncié hace tiempo por la emoción de una caricia.
Hasta Pronto Madre, Hasta Luego Madre, Hasta Nunca Madre.