Imagina que te levantas un día de tu cómodo colchón, con toda la tranquilidad que
puede existir dentro de tu ser, tus pies tocan el cálido piso alfombrado que
pusiste recordando lo que tu madre alguna vez te dijo “Pey, si caminas sin zapatos
te vas a enfermar y no te voy a dejar jugar”. Pero tú siempre has sido medio
rebelde y te gusta caminar descalzo en tu casa, y por eso prefieres ponerle
alfombra, por que aún en toda tu rebeldía, sabes que tu mamá tiene razón, y
hace más frío en Denver y en Nueva York del que hace en Indianapolis y
Lousiana.
Te miras en el espejo y notas que todo sigue
ahí, tu cuerpo ancho y bastante inmóvil, tus brazos fuertes, tu nariz chata,
tus ojos oscuros y fijos, tu cabello… bueno, tu cabello va desapareciendo cada
día. Pero hay algo diferente, ya no estás en tu vieja casa de Louisiana con un
patio enorme, mucho menos estás en la amable ciudad de Indiana que te adora y
que te hace feliz. Ahora estás en Denver, o Nueva York, una ciudad nueva que te
da cosas nuevas, ahora ya no usas azul, usas un extraño tono de naranja, igual
a aquel que usabas en la universidad. Pero hay algo diferente en el espejo, al
parecer comienzas a recordar… siempre es bueno recordar.
Recuerdas, por ejemplo, esos días en el patio
de tu casa con tu hermano Cooper y su malvado amigo Richard, ambos jugando
contra ti y derrotándote como es obvio, te recuerdas chillando, costumbre que
nunca has perdido, por que te están jalando y te están tratando mal los niños
de cinco años cuando tú tienes tres. Recuerdas el pan casero de mamá, su rica
sopa de hongos y los inigualables macarrones con queso que se cocinaban los
viernes. Recuerdas también ¿cómo olvidarlo? Los días en el Superdome, en el
gimnasio, viendo como todos esos hombre grandotes hacían sus ejercicios y como
tu papá siempre prefería jugar contigo y con tu hermano que con los otros
señores de su edad. Tu papá era genial.
Recuerdas, por que es parte de tu vida, las
cámaras que se presentaban cada mes en tu casa, como tu papá era entrevistado y
como te hacían preguntas sobre quien era tu jugador favorito y tu equipo
favorito, recuerdas responder Wes Chandler y ahora ríes por que sabes que Wes
Chandler era muy bueno, pero no era un equipo. También es bueno que recuerdes
las cámaras que llevaba siempre tu papá, esas cámaras que grabaron todos y cada
uno de aquellos juegos injustos contra tu hermano y su amigo infernal de seis
años, Richard… Gracias a Dios no se llamaba Tom, por que vivir hasta los
treinta con un trauma así de grande no es de Dios.
Después es bueno recordar a tu hermano pequeño
y su nacimiento, un evento aislado que recuerdas sólo por que sí. Entonces
vienen esos años de infancia en la escuela, cuando tu papá te prohibía jugar
americano en la escuela y sólo podías jugarlo con tu hermano Cooper en el
patio, recuerdas a Elizabeth como una buena mujercita que jamás lloraba ni
expresaba nada, guardiana de secretos e imán de hombres, así era ella, sólo que
nació como hombre.
También recuerdas el uniforme negro de tu papá,
ya tenías noción de lo que significaba ser hijo de Archie, un jugador decente
en un equipo mediocre, un jugador que siempre corría por su vida, la estrella
incandescente en el firmamento de Missisipi. Entonces recuerdas a todo el mundo
queriendo estrechar su mano y como todos lo admiran, como todos te hablan de lo
buen tipo que es tu papi, y tú te preguntas por qué, entonces lo ves jugar con
hombres igual o más viejos que él, y aún así tiene algo de magia, la suficiente
como para correr cincuenta yardas laterales para avanzar a su equipo… tres
yardas. Pero eso no te importó ¿verdad? Tú querías ser él, por eso escuchabas
sus grabaciones en la pequeña cassetera, por eso te emocionabas conociendo
quienes y de dónde venían sus amigos de línea ofensiva, por eso entraste a la prepa,
la misma que tu hermano mayor, querías ser como papá, así es como debe ser,
todos a los catorce queremos ser como papá.
Y entonces vienen a tu mente ese par de años
vestido de verde. Como le gritabas al coach que no sabía lo que hacía, tú
siempre serías un coach en la cancha. Cooper era el 18 y recibía tus pases
chuecos y precisos, en dos años acabaron con el mundo, en dos años tú y Cooper
fueron la dupla heroica, todo marchaba sobre ruedas. Luego te acuerdas cuando
Cooper entró a la misma escuela que mamá y papá, y se metió inmediatamente a
jugar en el equipo de americano, todo iba bien, sólo dos años más tarde
volverían a estar juntos.
Pero no todo fue tan bello, ¿recuerdas? Cooper
tenía algo anormal, de repente le pegaban y no se levantaba, lo recuerdas
vivamente y tus puños se cierran y tu mandíbula se aprieta, las lágrimas en los
ojos de tu hermano te inundaban, a pesar de que parecía feliz, tú sabías lo
mucho que sufría. En ese momento gritaste, despotricaste contra la vida y
contra el mundo, lloraste y pensaste dejarlo, por que no tenía sentido, todo
esto se acababa en cualquier momento y no querías sufrir eso. Pero luego,
gracias a Dios, recapacitaste te diste cuenta que en lugar de frustración,
debías tener orgullo, tú vivirías el sueño por los dos, tú serías la estrella
por él y por ti, no podrías ser tan egoísta como para dejar este deporte que
tanto te había dado y para descumplir los sueños que tu hermano Cooper y tú se
hicieron, ambos prometieron jugar y ser los mejores, al menos tú deberías serlo,
y eso hiciste, ¿no crees?
Luego fuiste controversial, te recuerdan como
judas por preferir ese horrible tono naranja en lugar del también horrible tono
negruzco con rojo con sabrá tu papá que otro color. Papá nunca se metió en tu
decisión, te dio toda a libertad, él sólo quería verte feliz, él sólo quería
que sonrieras cada día con amplio gesto. Y tú decidiste ser el héroe de los
hombres naranjas de Tenesse y te convertirte en persona non grata en Missisipi.
Incluso les ganaste a los de Ole en su casa, también viste como el trofeito
bonito del jugadorcito se iba con un bándalo de apellido Woodson, y tus padres
siempre estuvieron ahí, apoyándote, como lo merecías, como lo que Archie nunca
tuvo.
Y llegó el gran día, entraste a la NFL por la
puerta grande, al equipo de la herradura que acababa de mudarse, al equipo de
Shula, Unitas y Faulk, ahí caíste tú, en la ciudad del motor y el maíz, un
hombre pondría emparrillados en letras mayúsculas.
Fuiste tú, y eso lo recuerdas bien, quien
comenzó a darle vida a ese estadio, con tus pases y tus anotaciones inspiraste
a un estado a creer en eso del futbol americano, siempre a tope, siempre contra
todo pronóstico, sólo necesitabas un poco de suerte, misma que tuviste casi
desde el principio, ya en tu segundo año recibías rondas divisionales en
playoffs, mismas que perdías contra los Titanes, luego tu equipo era irregular,
pero tú seguías aportando las 4,000 yardas aéreas de rigor. Pero ahí comenzó
la incertidumbre, destruías la temporada regular, pero tu brazo se achicaba en
el momento importante, en los playoffs te convertías en un Ryan Leaf
cualquiera, en enero no eras Peyton, eras Archie. Y luego empezaste a ganar
Y entonces llegó él, ¿verdad? ¿lo recuerdas?
Exacto ÉL, ese idiota traga mocos de California, ese granjero que nadie quería,
ese pobre diablo que no tenía un papi jugador de americano, que no tenía cuatro
nominaciones al Heismann, que no tenía una familia de abolengo, ese tarado que
ni siquiera tenía familia alrededor en sus partidos, ese maldito de los ojos
helados y la sangre de hielo, ese desdichado que lloraba en el baño al
imaginarse trabajando en algún despacho de contabilidad para alguien como tú.,
Tú fuiste reclutado por todas las universidades de desdichado país, tú fuiste
primera ronda del Draft, ÉL estuvo a una decisión maestra de algún monje genio
de quedarse a trabajar como tu contador. Ese cabrón no lanzó ni mil yardas y se
llevó un super tazón antes que tú, ¿por qué? Sólo por que no lanzaba
intercepciones, por que tenía a su favor la regla Tuck y por que cuando era más
necesaria su calma, ejecutó como los dioses, y tú siempre te volvías loco.
Ahora tu cara tiene odio, venganza, desprecio, dolor.
Por eso te desvivías por jugar contra él tu
primera final de conferencia, pero te mandaron a la congeladora muy temprano, y
veías como él, cagado de risa, se llevaba a casa su segundo Lamar Hunt y tú
sólo podías odiarlo, y luego de nuevo te humilló, de nuevo en la tundra, y de
nuevo alzó el Lombardi, y tú lloraste por que no podías creer que un pobre diablo
sin nada más especial que una sangre de hielo y un liderazgo inusual tuviera al
mundo a sus pies mientras tú te limitabas a hacer comerciales, ÉL se convirtió
en todo tu rencor, todas tus ilusiones y las de Cooper se veían derretidas en
las Terribles manos de Tom, y tú no podías aceptarlo. Aquel desalmado te estaba
dejando en ridículo, como si no le importaran tus sentimientos, ÉL era un perro
sediento de victoria demostrándole a los treinta equipos que no lo quisieron en
el Draft que estaban equivocados y que tenían que cerrar su puta boca al hablar
de quienes son los mejores.
Por eso ganarle fue tu momento de gloria, más
de la forma en que le ganaste, le regresaste 18 puntos en su cara de niño
bonito y luego dirigiste la última y definitiva serie. Pero le dejaste tiempo a
ÉL, pecado mortal, no podías verlo, estabas más ansioso que un chihuahua en una
carrera de Indy 500, no podías ver, sabías que ese don nadie haría algo
magistral que te haría perder otra vez, ahora en tu casa, no querías ver esa
derrota que te haría retirarte… Pero Marvin Jackson tenía otra cosa en mente, y
entonces ganaste, le ganaste a él por una vez, fuiste mejor que él y por eso te
ganaste el súper tazón. Recuerdas haber jugado contra alguien de Chicago, a lo
mejor eran los osos, a saber, el caso es que le ganaste a ÉL y el anillo ya lo
tenías.
Y luego volviste a ser tú, ya sabías como
ganarle, pero ya no importaba nada más, incluso tu hermano le ganó a ÉL, y
también se lesionó, luego te esforzaste y regresaste al Domingo grande, y tu
papá tenía el alma dividida, por un lado su hijo mayor y por otro el equipo que
le permitió darles todo a ti y a tu familia. Sabes que es imposible que lleguen
otra vez hasta aquí, así que haces lo más fácil, intercepción en la última
serie para acabar con el partido, tú ya tienes tu anillo, los santos también y
todos dirán “Bueno, es clásico de Manning”
Pero aún quedan unos pocos recuerdos en tu
cabeza, ahora los más dolorosos. Esa lesión en el cuello que te alejó cómo a tu
hermano, tú creías que todo esto se había terminado, te sabías derrotado,
colgaste el casco un año, con toda la decepción del mundo. Hablaste con el jefe
de jefes, él te dijo que había un suertudo que les convenía más, te dijo que el
futuro ya estaba ahí y que no eras más que un viejo obsoleto de colección, el
pasado de la NFL, eso eras tú. Y tú lloraste, pero querías una revancha, la
revancha del año, te fuiste con otros caballos, fuiste otro judas y ahora
jugaste de nuevo de naranja, tu color favorito. Y ese año fue fantástico, ¿lo recuerdas?
Excepto al final, cuando tu defensiva te hizo perder tu puesto en el súper
tazón, pero no te molestaste, estabas tranquilo, regresaste a demostrar más tu
talento y ahora tenías nuevos juguetitos, lo que siempre quisiste, a los
mejores receptores para darte los mejores lujos, y así ganaste, rompiste todos
los récords, impuestos por Tom, por Drew, por John, por Joe, por Johnny, nadie
tuvo una temporada jamás tan buena como la tuya. La mejor de las temporadas de
un mariscal de campo, así eres tú.
Te pones tus hombreras, luego tu casco y
sonríes, recuerdas lo más cercano, vencerlo a ÉL y a los cargadores, una buena
temporada culminada en el partido que todo niño quiere jugar, así estás tú,
hoy, en Nueva York, entrenando sonríes recordando a tu papá, a tu mamá y a
Cooper, a todos ellos sonriendo y diciéndote que eres el mejor, una nación
naranja creyendo en ti, a una nación de seguidores que ahora le van a Broncos
por ti. Así eres tú, Peyton, y lo sabes.
Te habla la derrota, tu amiga y mayor fan, pero
también la que reconoce por todo lo que has pasado para llegar aquí, hemos
estado juntos mucho tiempo, algunas veces me olvido de ti pero siempre tiendo a
regresar, pero hoy te dejo sólo, tu estrella no tiene nada que ver, aquí te
toca ganar, lo harás, lo harás, hijo mío, lo harás, por que te lo mereces,
sonríes, Peyton, te veo feliz.